Mensaje del Papa Francisco por Corpus Christi

Texto completo de la homilía del papa Francisco en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (30 de mayo de 2013)
Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio que hemos escuchado hay una expresión de Jesús que me sorprende siempre: “Denles ustedes de comer” (Lc 9,13). Partiendo de esta frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir. 

1. Ante todo: ¿quiénes son aquellos a los que dar de comer? La respuesta la encontramos al inicio del pasaje evangélico: es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en medio a la gente, la recibe, le habla, la sana, le muestra la misericordia de Dios; en medio a ella elige a los Doce Apóstoles para permanecer con Él y sumergirse como Él en las situaciones concretas del mundo. Y la gente lo sigue, lo escucha, porque Jesús habla y actúa de una manera nueva, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien dona la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con gozo, bendice al Señor. 

Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros intentamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarlo y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás. 

2. Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que Jesús hace a los discípulos de saciar ellos mismos el hambre de la multitud? Nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra en un lugar solitario, lejos de los lugares habitados, mientras cae la tarde, y luego por la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la gente para que vaya a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida (cfr. Lc 9, 12). Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los apóstoles: que cada uno piense en sí mismo: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de la necesidad de los otros, despidiéndolos con un piadoso: “¡Que Dios te ayude!”. Pero la solución de Jesús va hacia otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: “denles ustedes de comer”. Pero ¿cómo es posible que seamos nosotros los que demos de comer a una multitud? “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente”. Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos hacer sentar a la gente en comunidades de cincuenta personas, eleva su mirada hacia el cielo, pronuncia la bendición parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud alimentada con la palabra del Señor, es ahora nutrida con su pan de vida. Y todos se saciaron, escribe el Evangelista. 

Esta tarde también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor, a la mesa del Sacrificio eucarístico, en el que Él nos dona su cuerpo una vez más, hace presente el único sacrificio de la Cruz. Es en la escucha de su Palabra, en el nutrirse de su Cuerpo y de su Sangre, que Él nos hace pasar del ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. Entonces tendremos todos que preguntarnos ante el Señor: ¿cómo vivo la Eucaristía? ¿La vivo en forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermanos y hermanas que comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas? 

3. Un último elemento: ¿de dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta se encuentra en la invitación de Jesús a los discípulos “Denles ustedes”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente esos panes y esos peces que en las manos del Señor sacian el hambre de toda la gente. Y son justamente los discípulos desorientados ante la incapacidad de sus posibilidades, ante la pobreza de lo que pueden ofrecer, los que hacen sentar a la muchedumbre y distribuyen - confiándose en la palabra de Jesús - los panes y los peces que sacian el hambre de la multitud. Y esto nos indica que en la Iglesia pero también en la sociedad existe una palabra clave a la que no tenemos que tener miedo: “solidaridad”, o sea saber `poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos. Solidaridad: ¡una palabra mal vista por el espíritu mundano! 

Esta tarde, una vez más, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que no se acaba jamás, una solidaridad que nunca termina de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo, la muerte. También esta tarde Jesús se dona a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida en los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos frenan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, aquel del servicio, del compartir, del donarse, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si es compartido, se convierte en riqueza, porque es la potencia de Dios, que es la potencia del amor que desciende sobre nuestra pobreza para transformarla. 

Esta tarde entonces preguntémonos, adorando a Cristo presente realmente en la Eucaristía: ¿me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el Señor que se dona a mí, me guíe para salir cada vez más de mi pequeño espacio y no tener miedo de donar, de compartir, de amarlo a Él y a los demás? 

Seguimiento, comunión, compartir. Oremos para que la participación a la Eucaristía nos provoque siempre: a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo aquello que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda. Amén 

Francisco

Corpus Christi en Córdoba

Nuestro Arzobispo Monseñor Carlos Ñáñez, nos invita a celebrar como Iglesia de Córdoba la Solemnidad de Corpus Christi, el Sábado 1 de Junio.

La eucaristía se celebrará a las 16 horas en el Atrio de la Iglesia Catedral, y luego expresaremos nuestra fe en la presencia de Jesús Sacramentado, caminando en procesión hasta la Iglesia San Francisco de Asís.

En el marco de esta celebración expresaremos como Iglesia de Córdoba nuestra acción de gracias al Señor por los dones que nos ha permitido reconocer en el camino realizado en estos años

Fuente: Arzobispado de Córdoba

Alabanzas al Dios altísimo

Tú eres el santo, Señor Dios único, el que haces maravillas.

Tú eres el fuerte, tú eres el grande (cf Sal 85,10), tú eres el altísimo, tú eres el rey omnipotente; tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra (cf Mt 11,25).

Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses (cf Sal 135,2); tu eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero (cf 1Tes 1,9).

Tú eres el amor (cf I Jn 4,8.16), la caridad; tú eres la sabiduría, tú eres la humildad, tú eres lo paciencia (Sal 70,5) tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre, tú eres la seguridad, tú eres la quietud, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia, tú eres la templanza, tú eres toda nuestra riqueza y saciedad.

Tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector (Sal 30,5), tú eres nuestro custodio y defensor, tú eres la fortaleza (cf Sal 42,2), tú eres el refrigerio.

Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor omnipotente  Dios, misericordioso Salvador.

San Francisco de Asís

Domingo de la Santísima Trinidad

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’»
(Jn 16,12-15)

Comentario
Hoy celebramos la solemnidad del misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La misión del Hijo, Jesucristo, consiste en la revelación de su Padre, del cual es la imagen perfecta, y en el don del Espíritu, también revelado por el Hijo. La lectura evangélica proclamada hoy nos lo muestra: el Hijo recibe todo del Padre en la perfecta unidad: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y el Espíritu recibe lo que Él es, del Padre y del Hijo. Dice Jesús: «Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’» (Jn 16,15). Y en otro pasaje de este mismo discurso (15,26): «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí».
Aprendamos de esto la gran y consoladora verdad: la Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, de la cual habla varias veces san León el Grande, es ésta: poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (cf. Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.
Cardenal Jorge MEJÍA Archivista y Bibliotecario de la S.R.I. (Città del Vaticano, Vaticano)

25 de mayo: Oración por la Patria

“Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados. Precisamos tu alivio y fortaleza. Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a María, que desde Luján nos dice: ¡Argentina! ¡Canta y camina! Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. Amén”

Las campanas sonaron en Pentecostés

Este fin de semana, en medio de la alegría de Pentecostés, cumpleaños de la Iglesia, hemos estrenado campanas en nuestro templo: se trata de una más grande hecha expresamente por encargo del P. Pedro, y otra más chica que es la original que tenía la parroquia en su primitiva ubicación como Capilla de La Tablada (año 1920) donde ahora está el Colegio Nuestra Señora del Valle, sobre la Av. Rafael Núñez, a pocas cuadras de nuestra ubicación actual.

Recordamos que este año nuestra Parroquia cumplirá sesenta (60) años de existencia.

Domingo de Pentecostés

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
(Jn 20,19-23)

Comentario
Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual.
El Espíritu que Jesús comunica crea en el discípulo una nueva condición humana y produce unidad. Cuando el orgullo del hombre le lleva a desafiar a Dios construyendo la torre de Babel, Dios confunde sus lenguas y no pueden entenderse. En Pentecostés sucede lo contrario: por gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas.
El Espíritu Santo es el Maestro interior que guía al discípulo hacia la verdad, que le mueve a obrar el bien, que lo consuela en el dolor, que lo transforma interiormente, dándole una fuerza, una capacidad nuevas.
El primer día de Pentecostés de la era cristiana, los Apóstoles estaban reunidos en compañía de María, y estaban en oración. El recogimiento, la actitud orante es imprescindible para recibir el Espíritu. «De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3).
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a predicar valientemente. Aquellos hombres atemorizados habían sido transformados en valientes predicadores que no temían la cárcel, ni la tortura, ni el martirio. No es extraño; la fuerza del Espíritu estaba en ellos.
El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.
Mons. Josep Àngel SAIZ i Meneses Obispo de Terrassa (Barcelona, España)

Vigilia de Pentecostés


Animados por el lema "Con tu espíritu, firmes en la fe", todos los jóvenes están invitados a participar de la Vigilia de Pentecostés propuesta por la Arquidiócesis de Córdoba, el sábado 18 de Mayo a las 22 horas en el Colegio de las Hermanas Dominicas de San José (Mariano Moreno y 27 de abril).

Estamos invitados a vivir el año 2013 de un modo especial. Es un tiempo de gracia. En el marco de la celebración del Año de la Fe y en el Camino Pastoral que como Iglesia en Córdoba estamos transitando, queremos celebrar como comunidad la Vigilia de Pentecostés. Estamos invitados a expresar nuestra Fe, una Fe que se alimenta, crece y se transmite. También estamos llamados a “contemplar” con una mirada creyente el paso y la presencia de Dios en medio nuestro.

Dejándonos conducir por el Espíritu Santo, queremos vivir esta Vigilia en cuatros momentos, cada uno de ellos, hace referencia a un aspecto de la Fe, teniendo como hilo conductor el relato del encuentro de Jesús con la Samaritana.
 (De la página del Arzobispado de Córdoba)

En nuestra Parroquia:

Asimismo, en nuestra parroquia, habrá un momento de oración también el sábado entre las 20 y las 22 horas, para prepararnos a recibir el Espíritu Santo, dando tiempo a los jóvenes para que al término de ese encuentro parroquial puedan asistir a la vigilia en el Colegio de las Hermanas Dominicas de San José.

El agua viva


El tiempo pascual que estamos viviendo con gozo, guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo donado «sin medida» (cfr Jn 3,34) por Jesús crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo.

Pero ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida». La primera verdad a la que adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es Kýrios, Señor. Ello significa que Él es verdaderamente Dios como lo son el Padre y el Hijo, objeto, por parte nuestra, del mismo acto de adoración y de glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. De hecho, el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como el Hijo enviado por el Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.

Pero quisiera sobre todo detenerme en el hecho que el Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de refrescar en profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva: ella es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús vierte en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia», nos dice Jesús (Jn 10,10).

Jesús promete a la Samaritana donar un "agua viva", con abundancia y para siempre, a todos aquellos que lo reconocen como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3,17). Jesús ha venido a donarnos esta "agua viva" que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea animada por Dios, sea nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual nos referimos justamente a esto: el cristiano es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas que no son Dios?

A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos hasta el fondo? Sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella refresca, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (5,5). El "agua viva", el Espíritu Santo, Don del Resucitado que toma morada en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos trasforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y de sus frutos, que son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como "hijos en el Hijo Unigénito". En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado varias veces, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ´Padre´. El mismo espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él» (8,14-17).

Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de verdaderos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene también como efecto una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús a los cuales hay que respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo. He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos dice: Dios te ama, te quiere. ¿Amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué cosa nos dice el Espíritu Santo? Dios te ama: ¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y nosotros ¿amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar, dejémonos guiar por el Espíritu Santo. Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que Dios es amor, que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y nos ama como verdadero papá; nos ama verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo al corazón. Sintamos al Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino del amor, de la misericordia, del perdón. ¡Gracias!

Autor: S.S. Francisco
Fuente: News.va

Que Pentecostés no nos pase desapercibido...!!!


Tú eres por excelencia
El Santo y el Santificador.
Tú, el Paráclito:
Nuestro Patrón y Consolador.
Tú, el dador de vida.
Tú, el liberador.
Tú, el amor.
Eres el Espíritu de Dios.
Eres el Espíritu de Cristo.
Eres la gracia increada,
que habita en nosotros
como fuente de la gracia creada
y de la “virtus” de los sacramentos.

Eres el Espíritu de verdad.
Eres la unidad, o sea, el principio
de la comunión,
por tanto el fermento del ecumenismo.

Eres el gozo de la posesión de Dios.
Eres el dador de los siete dones
Y de los carismas.
Eres el fecundador del apostolado.
 Eres el sostén de los mártires.

Eres el inspirador interior
de los maestros exteriores.
Eres la “voz primera” de Magisterio
Y la autoridad suprema de la jerarquía.

Eres en fin la fuente
De nuestra espiritualidad:
“Fuente viva.
Fuego,
Caridad,
Y espiritual unción”

Pablo VI
(26 de mayo de 1971- Audiencia general)

Encuentro Sacerdotal 2013 Arquidiócesis de Córdoba


Como en años anteriores, del 6 al 9 de mayo pasado, realizamos el "encuentro de sacerdotes de la Arquidiócesis" en el que participamos aproximadamente 100 sacerdotes de distintas edades. La propuesta fue realizar "un ejercicio de discernimiento comunitario", en continuidad con la experiencia del año anterior y en el espíritu del camino que venimos realizando como Iglesia de Córdoba.

Nos propusimos abordar la dimensión de la autoridad como servicio en el ejercicio del ministerio sacerdotal y lo formulamos de la siguiente manera:
"¿Qué pasos concretos podemos dar para que nuestro servicio de la autoridad promueva la comunión, corresponsabilidad y participación de los agentes pastorales en el Consejo Pastoral y en instancias similares de conducción, para un mejor pastoreo de la comunidad?"

En un clima de búsqueda orante, respeto, diálogo y concordia, atentos al Espíritu y reconociendo los pasos posibles que hoy podemos dar en Córdoba, los sacerdotes presentes hemos decidido y nos comprometemos a:          

1- Elaborar un escrito para compartir con los sacerdotes de la diócesis y la comunidad eclesial toda, en el fin de semana siguiente al encuentro.

2-   Elaborar un escrito para profundizar y enriquecer las actitudes y los modos de vivir el don de la autoridad-servicio, inspirados en la Palabra de Dios y en el magisterio de la Iglesia, asumiendo los valores y desafíos de nuestro tiempo. Trabajaremos este material como sacerdotes y con los agentes que forman los consejos pastorales e instancias similares.

3- Constituir, afianzar, formalizar,. los consejos pastorales parroquiales y equipos equivalentes, en el plazo de un año.

4- Llevar adelante un proceso de formación de nosotros mismos y de los miembros de los consejos pastorales parroquiales e instancias similares. Esta formación contemplará las siguientes temáticas: el discernimiento evangélico-comunitario, el ejercicio de la autoridad, la mirada evangelizadora global, carismas y ministerios para este servicio, la corresponsabilidad bautismal, estrategias para la toma de decisiones y documentos eclesiales referidos a todo esto. Asumiremos este proceso de formación, ayudados por la Comisión de Formación Permanente y la Vicaría Pastoral, con metodologías variadas que se podrán realizar en la misma comunidad parroquial, las zonas pastorales, los decanatos, a lo largo del momento comunitario del plan pastoral.

Junto a estas acciones identificamos algunas actitudes que el Señor, en su Evangelio, nos está invitando a vivir y nos disponemos a cultivar con la gracia del Espíritu y la ayuda de la comunidad eclesial.

Nuestro Pastor Monseñor Carlos Ñáñez, presente en el encuentro y en el dinamismo del discernimiento comunitario, confirmó estas decisiones, agradeciendo a Dios por su misericordia y animándonos a asumir estos compromisos.

Queremos agradecer los gestos de cariño y cercanía de las distintas comunidades que conforman esta Iglesia que peregrina en Córdoba y nos han acompañado con su oración.

Equipo responsable del Encuentro

Domingo de la Ascensión

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Así está escrito que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros seréis testigos de estas cosas. Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto».
Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.
(Lc 24,46-53)

Comentario
Hoy, Ascensión del Señor, recordamos nuevamente la “misión que” nos sigue confiada: «Vosotros seréis testigos de estas cosas» (Lc 24,48). La Palabra de Dios sigue siendo actualidad viva hoy: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo (...) y seréis mis testigos» (Hch 1,8) hasta los confines del mundo. La Palabra de Dios es exigencia de urgente actualidad: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).
En esta Solemnidad resuena con fuerza esa invitación de nuestro Maestro, que —revestido de nuestra humanidad— terminada su misión en este mundo, nos deja para sentarse a la diestra del Padre y enviarnos la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo.
Pero yo no puedo sino preguntarme: —El Señor, ¿actúa a través de mí? ¿Cuáles son los signos que acompañan a mi testimonio? Algo me recuerda los versos del poeta: «No puedes esperar hasta que Dios llegue a ti y te diga: ‘Yo soy’. Un dios que declara su poder carece de sentido. Tienes que saber que Dios sopla a través de ti desde el comienzo, y si tu pecho arde y nada denota, entonces está Dios obrando en él».
Y éste debe ser nuestro signo: el fuego que arde dentro, el fuego que —como en el profeta Jeremías— no se puede contener: la Palabra viva de Dios. Y uno necesita decir: «¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! Sube Dios entre aclamaciones, ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad!» (Sal 47,2.6-7).
Su reinado se está gestando en el corazón de los pueblos, en tu corazón, como una semilla que está ya a punto para la vida. —Canta, danza, para tu Señor. Y, si no sabes cómo hacerlo, pon la Palabra en tus labios hasta hacerla bajar al corazón: —Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, dame espíritu de sabiduría y revelación para conocerte. Ilumina los ojos de mi corazón para comprender la esperanza a la que me llamas, la riqueza de gloria que me tienes preparada y la grandeza de tu poder que has desplegado con la resurrección de Cristo.
P. Abad Dom Josep ALEGRE Abad de Santa Mª de Poblet (Tarragona, España)

Humildad es caminar en la verdad


Cincuenta años atrás, en su carta sobre la Paz en la Tierra, Juan XXIII decía que la paz social se asienta sobre cuatro pilares: la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Pero es condición primera para caminar en la verdad arraigarse en la humildad. En la Biblia, ya en al Libro de los Números, se describe a Moisés, el conductor de su pueblo a la libertad, como “el hombre más humilde de la Tierra”.

Toda la existencia de Jesús está marcada por la humildad y así lo entiende San Pablo cuando nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo, que se abajó haciéndose servidor de todos; así lo entiende Mateo cuando, al proponer los caminos de la felicidad, el código de la civilización del amor, propone en primer lugar la bienaventuranza de los pobres de espíritu.

Esa es, por otra parte, la invitación que nos hacen los hermanos más pobres de la India, que prepararon la oración para la Semana de Oración Unidad de los Cristianos que viviremos en torno de Pentecostés y que proponen como lema para este año la pregunta de Miqueas: “¿Qué exige el Señor de nosotros?”, para respondernos: “Que caminemos en la justicia y la misericordia, pero, sobre todo, con humildad, ante nuestro Dios”.

Humildad quiere decir ser consciente de que provenimos del humus, de polvo de la tierra, del “Adama”, como lo recuerda modestamente Abraham cuando habla de sí mismo en el Génesis; es conocer nuestros límites y aceptarlos con paz y sencillez, abriéndonos a la escucha y el aporte del hermano del que soy un mendigo y un necesitado.

Humildad es caminar en la verdad y moderar el apetito de la propia excelencia, la soberbia, la vanidad y la ostentación. Lo vivido con ocasión de la elección del papa Francisco nos ha mostrado que la humildad es fuente de alegría y esperanza; sus gestos más sencillos nos contagian entusiasmo y animan una mística del servicio al más necesitado.

Si un mes atrás, se proponía la necesidad de trabajar por una cultura de la misericordia, hoy cabe reconocer que la misericordia se derrama a quien reconoce su miseria. Miseria que tiene muchos rostros espirituales y materiales entre nosotros, que deforman la convivencia democrática y, por lo mismo, urgen seriedad en la búsqueda del bien común.

Juan Pablo II nos recordaba que “entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves, porque traiciona, al mismo tiempo, los principios de la moral y las normas de la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo de manera negativa en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto de las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones. La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas, porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos”.

El Comipaz y la Universidad Católica de Córdoba proponen  desde hoy a la tarde un espacio de reflexión, una cátedra abierta sobre religión y política que quiere ser un aporte al diálogo y al conocimiento mutuo de la rica diversidad de miradas que ofrece la convivencia  de nuestra patria. Ojalá sea una oportunidad más para comprometernos por la paz social en la misericordia y la humildad, en el servicio y la solidaridad.




Padre Pedro Torres
Sacerdote católico
Miembro del Comipaz

Oración por la Semana Sacerdotal


Esta semana, del 6 al 9 de Mayo se realizará como cada año, la Semana Sacerdotal en la ciudad de Cosquín. Es un encuentro anual en el que están invitados a participar, todos los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis de Córdoba.

Es un momento importante de encuentro, oración, reflexión y diálogo, junto a nuestro Obispo Monseñor Carlos Ñáñez.

Por este motivo, la  Comisión de Formación Sacerdotal Permanente de nuestra Arquidiócesis pide a cada una de las comunidades que  acompañen con su oración a nuestros sacerdotes, teniendo especialmente presente esta intención durante las misas, y otros momentos de oración que tengan previstos.

“Contamos con su compañía en la oración y cercanía, para que el Espíritu Santo nos asista, ilumine y guíe durante el encuentro sacerdotal”, así lo expresaron los sacerdotes que integran la Comisión de Formación Sacerdotal Permanente encargada de la organización del encuentro.
Oración

“Te pedimos Señor, por los sacerdotes que participarán durante

la semana sacerdotal en nuestra Arquidiócesis.

Para que animados por la figura del cura Brochero,

se dispongan a vivir este encuentro con alegría y entusiasmo

y puedan ser fortalecidos en su misión pastoral, creciendo cada vez más

en un corazón generoso, servicial y entregado en las diversas parroquias,

comunidades y movimientos de nuestra Iglesia de Córdoba”.

Domingo 6 de Pascua

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».
(Jn 14,23-29)

Comentario
Hoy, antes de celebrar la Ascensión y Pentecostés, releemos todavía las palabras del llamado sermón de la Última Cena, en las que debemos ver diversas maneras de presentar un único mensaje, ya que todo brota de la unión de Cristo con el Padre y de la voluntad de Dios de asociarnos a este misterio de amor.
A Santa Teresita del Niño Jesús un día le ofrecieron diversos regalos para que eligiera, y ella —con una gran decisión aun a pesar de su corta edad— dijo: «Lo elijo todo». Ya de mayor entendió que este elegirlo todo se había de concretar en querer ser el amor en la Iglesia, pues un cuerpo sin amor no tendría sentido. Dios es este misterio de amor, un amor concreto, personal, hecho carne en el Hijo Jesús que llega a darlo todo: Él mismo, su vida y sus hechos son el máximo y más claro mensaje de Dios.
Es de este amor que lo abarca todo de donde nace la “paz”. Ésta es hoy una palabra añorada: queremos paz y todo son alarmas y violencias. Sólo conseguiremos la paz si nos volvemos hacia Jesús, ya que es Él quien nos la da como fruto de su amor total. Pero no nos la da como el mundo lo hace (cf. Jn 14,27), pues la paz de Jesús no es la quietud y la despreocupación, sino todo lo contrario: la solidaridad que se hace fraternidad, la capacidad de mirarnos y de mirar a los otros con ojos nuevos como hace el Señor, y así perdonarnos. De ahí nace una gran serenidad que nos hace ver las cosas tal como son, y no como aparecen. Siguiendo por este camino llegaremos a ser felices.
«El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). En estos últimos días de Pascua pidamos abrirnos al Espíritu: le hemos recibido al ser bautizados y confirmados, pero es necesario que —como ulterior don— rebrote en nosotros y nos haga llegar allá donde no osaríamos.
Rev. D. Francesc CATARINEU i Vilageliu (Sabadell, Barcelona, España)