Creemos en Jesucristo, Señor de la historia
Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo
pensamiento…Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el
de los demás. (Flp 2,2.4)
El Año de la fe que hemos iniciado nos convoca a renovar
nuestra fe en el Dios vivo y verdadero con una conciencia agradecida por el don
recibido. Desde los orígenes de nuestra nacionalidad la fe cristiana fue
transmitida en el ejercicio de la misión de la Iglesia, en el seno de las
familias y por medio de sus proyecciones en la cultura de nuestro pueblo. Por
eso, damos gracias por la fe de tantos argentinos que, a lo largo de nuestra
historia, han sido testigos del Evangelio y ciudadanos ejemplares.
El centro de la fe cristiana es Jesucristo el Hijo de
Dios hecho hombre, nuestro hermano y nuestro Redentor que nos ha revelado el
amor del Padre y nos ha comunicado el Espíritu Santo, fuente de renovación y de
unidad.
Al profesar con alegría y entusiasmo la fe expresamos
nuestro deseo de difundirla y compartirla, de encarnarla en nuestra vida y en
todas sus manifestaciones. Benedicto XVI al invitarnos a celebrar este tiempo
de conversión, de reflexión sincera y de nueva adhesión al Señor nos ha
recordado que la fe no puede quedar recluida en lo íntimo del corazón, sino que
tiene una dimensión pública: requiere ser manifestada con coherencia en
nuestras opciones temporales. (Benedicto XVI, Porta fidei 10)
Jesucristo, Señor de la historia, te
necesitamos
Invocamos a Jesucristo como Señor de la historia, y
reconocemos que tenemos necesidad de Él, de su luz, de su perdón y de su
gracia, para edificar la comunidad humana en la verdad, la justicia y el amor,
según el plan de Dios. Varias veces, haciéndonos eco de una convicción
ampliamente extendida, hemos afirmado que nos encontramos sumidos en una
profunda crisis moral, que revela que la fe no impregna plenamente nuestro
estilo de vida. Lo manifestamos en la oración que rezamos por la patria, al
decir: Nos sentimos heridos y agobiados.
Esta dolorosa situación se refleja en todos los órdenes
de la vida nacional. Podemos salir de ella mediante la conversión a Dios, el
único Señor, abandonando el pecado y asumiendo el compromiso de cumplir sus
mandamientos: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma,
con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas… Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Mc 12,30-31) Este doble mandamiento del amor inspira el ejercicio de la
justicia, que es la virtud básica de la vida social.
Queremos ser nación
Como señala Benedicto XVI, en este Año “será decisivo
volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio
insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado” (Benedicto XVI, Porta
fidei 13)
Estas palabras del Santo Padre nos interpelan,
especialmente cuando miramos la vida de nuestra patria. Así como hemos dado
gracias por la fecundidad de la fe en Argentina, también nos sentimos movidos a
un examen de conciencia, a la conversión y a una purificación del corazón.
La patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad.
Un regalo que debemos cuidar y perfeccionar (Cf. CEA, Hacia un Bicentenario en
justicia y solidaridad 11). Es esperanzador constatar que, no obstante tantas
dificultades, sigue vivo en el alma de nuestro pueblo el deseo de ser nación y
de construir juntos un proyecto de país.
La fe nos alienta a revisar nuestra vida personal y
social a la luz de Jesucristo. Él es la Verdad que nos hace libres. El
encuentro con el Señor despierta en el corazón del hombre aquellas energías
espirituales y morales que necesitamos para fortalecer nuestro compromiso
ciudadano. Aspiramos a ser una nación cuya identidad sea la pasión por
la verdad y el compromiso por el bien común.
Con todos los discípulos misioneros de Jesús en Argentina
ya estamos transitando los caminos de la nueva evangelización. Como pastores
renovamos nuestro compromiso con el anuncio del Evangelio. Es el principal
servicio que podemos ofrecerle a la sociedad argentina. Danos la valentía de la libertad
de los hijos de Dios, para amar a todos sin excluir a nadie. El Hijo de
Dios, al encarnarse, tomó la condición de servidor (Cf. Flp 2,7). En este Año
de la fe, Él nos
invita a ser plenamente libres, haciéndonos como Él
servidores los unos de los otros, superando
tanto el egoísmo, como actitudes meramente partidistas.
Todos los habitantes de nuestra patria necesitan sentirse
respaldados por una dirigencia que no piense solo en sus propios intereses,
sino que se preocupe prioritariamente por el bien común. “La felicidad está más
en dar que en recibir” (Hch 20,35).
Recordamos, una vez más, que este servicio al bien común
requiere una dedicación generosa a promover la dignidad de nuestros hermanos
más pobres en su vida personal y familiar, para que sean protagonistas de su
propio desarrollo integral. La educación y el trabajo siguen siendo los
instrumentos que les permiten a las personas y a las comunidades ser artífices de
su propio destino.
Los obispos argentinos, reunidos en nuestra 104 Asamblea
Plenaria, hemos repasado con honda preocupación algunos síntomas de la
persistencia de esta crisis moral y cultural. Compartimos algunos de ellos:
1. La dignidad de la vida desde la concepción hasta su
término natural es la base de todos los derechos humanos. Reiteramos, una vez
más, que el ordenamiento jurídico debe respetar el derecho a la vida.
2. La familia, fundada sobre el matrimonio entre varón y mujer,
es un valor arraigado en nuestro pueblo. Anterior al estado, es la base de toda
la sociedad y nada puede reemplazarla. Vemos con preocupación una corriente
cultural y un conjunto de iniciativas legislativas que parecen soslayar su
importancia o dañar su identidad.
3. Los padres son los primeros responsables de la
educación de sus hijos. Tienen el derecho de que el sistema educativo no les
imponga contenidos contrarios a sus convicciones morales y religiosas. Deseamos
que toda la sociedad tome una mayor conciencia de la necesidad de mejorar el
sistema educativo, de modo tal, que los más pobres sean sus principales
beneficiarios. La necesaria preparación para la vida cívica de niños y jóvenes
debe excluir la politización prematura y partidista de los alumnos.
4. Constatamos una angustia generalizada en nuestro pueblo
por la vida de los jóvenes. Es enorme la cantidad de ellos que no estudian ni
trabajan: ésta es una de las hipotecas sociales más desafiante para los
argentinos.
5. La droga se extiende por el crecimiento del crimen del
narcotráfico y la red de complicidades que lo sustentan. Pensamos que ésta es
una de las causas principales de la proliferación del delito y de la
consiguiente inseguridad.
6. A casi treinta años de la democracia, los argentinos
corremos el peligro de dividirnos nuevamente en bandos irreconciliables. Se
extiende el temor a que se acentúen estas divisiones y se ejerzan presiones que
inhiban la libre expresión y la participación de todos en la vida cívica.
Concédenos la sabiduría del diálogo
Toda sociedad tiene conflictos. La democracia, tal como lo
refleja la doctrina social de la Iglesia, no se construye agudizándolos, sino
concretando los ideales de una verdadera amistad social.
Algunas sombras nos han perseguido a lo largo de nuestra
historia, que en distintos momentos han acentuado su intensidad e impedido una
vigencia más plena del orden democrático. Una es el excesivo caudillismo, que
atenta contra el desarrollo armónico de las instituciones, acentúa su deterioro
y menoscaba la autonomía de cada uno de los poderes del estado, tanto en el
orden nacional como provincial. Esto es particularmente delicado cuando se
trata de la independencia del Poder Judicial.
Otra sombra es la oposición entre las visiones unitaria y
federal de la nación, la cual se extendió fuertemente en los albores de nuestra
patria, e intermitentemente se manifiesta en distintos momentos de la historia.
Cuando en nuestra oración por la patria decimos que queremos ser nación
expresamos un anhelo claramente manifiesto en nuestra Constitución. Queremos ser
una nación basada efectivamente en un sistema republicano, representativo y
federal.
Llegando la Navidad los argentinos debemos recordarnos la
deuda pendiente de nuestra reconciliación. Se hace cada vez más necesario
generar contextos de encuentro, de diálogo, de comunión fraterna que nos
permitan reconocernos y tratarnos como hermanos, aborreciendo el odio y
construyendo la paz.
El niño que María recuesta en el pesebre es el Señor de
la historia. A Él volvemos a dirigirle nuestra plegaria: “Jesucristo, Señor de
la historia, te necesitamos…” A la Virgen María, Nuestra Señora de Luján, le
confiamos nuestras inquietudes y ponemos en sus manos nuestras esperanzas.
104ª Asamblea Plenaria
Conferencia Episcopal Argentina
Año de la Fe. Adviento 2012
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