En aquel tiempo, dijo Jesús a las gentes en su
predicación: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje,
ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y
los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas
so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa».
Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo
echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho.
Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del
as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta
viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues
todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que
necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir».
(Mt 25,1-13)
Comentario
Hoy, el Evangelio nos presenta a Cristo como Maestro, y
nos habla del desprendimiento que hemos de vivir. Un desprendimiento, en primer
lugar, del honor o reconocimiento propios, que a veces vamos buscando:
«Guardaos de (…) ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en
las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (cf. Mc 12,38-39). En
este sentido, Jesús nos previene del mal ejemplo de los escribas.
Desprendimiento, en segundo lugar, de las cosas
materiales. Jesucristo alaba a la viuda pobre, a la vez que lamenta la falsedad
de otros: «Todos han echado de lo que les sobraba, ésta [la viuda], en cambio,
ha echado de lo que necesitaba» (Mc 12,44).
Quien no vive el desprendimiento de los bienes temporales
vive lleno del propio yo, y no puede amar. En tal estado del alma no hay “espacio”
para los demás: ni compasión, ni misericordia, ni atención para con el prójimo.
Los santos nos dan ejemplo. He aquí un hecho de la vida
de san Pío X, cuando todavía era obispo de Mantua. Un comerciante escribió
calumnias contra el obispo. Muchos amigos suyos le aconsejaron denunciar
judicialmente al calumniador, pero el futuro Papa les respondió: «Ese pobre
hombre necesita más la oración que el castigo». No lo acusó, sino que rezó por
él.
Pero no todo terminó ahí, sino que —después de un tiempo—
al dicho comerciante le fue mal en los negocios, y se declaró en bancarrota.
Todos los acreedores se le echaron encima, y se quedó sin nada. Sólo una
persona vino en su ayuda: fue el mismo obispo de Mantua quien, anónimamente,
hizo enviar un sobre con dinero al comerciante, haciéndole saber que aquel
dinero venía de la Señora más Misericordiosa, es decir, de la Virgen del
Perpetuo Socorro.
¿Vivo realmente el desprendimiento de las realidades
terrenales? ¿Está mi corazón vacío de cosas? ¿Puede mi corazón ver las
necesidades de los demás? «El programa del cristiano —el programa de Jesús— es
un “corazón que ve”» (Benedicto XVI).
Pbro. José MARTÍNEZ Colín (Culiacán, México)
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