En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú el Rey de
los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo
han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los
sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi
Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría
combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de
aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí,
como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
(Jn 18,33-37)
Comentario
Hoy, Jesucristo nos es presentado como Rey del Universo.
Siempre me ha llamado la atención el énfasis que la Biblia da al nombre de
“Rey” cuando lo aplica al Señor. «El Señor reina, vestido de majestad», hemos
cantado en el Salmo 92. «Soy rey» (Jn 18,37), hemos oído en boca de Jesús
mismo. «Bendito el rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19,14), decía la
gente cuando Él entraba en Jerusalén.
Ciertamente, la palabra “Rey”, aplicada a Dios y a
Jesucristo, no tiene las connotaciones de la monarquía política tal como la
conocemos. Pero, en cambio, sí que hay una cierta relación entre el lenguaje
popular y el lenguaje bíblico respecto a la palabra “rey”. Por ejemplo, cuando
una madre cuida a su bebé de pocos meses y le dice: —Tú eres el rey de la casa.
¿Qué está diciendo? Algo muy sencillo: que para ella este niñito ocupa el
primer lugar, que lo es todo para ella. Cuando los jóvenes dicen que fulano es
el rey del Rock quieren decir que no hay nadie igual, lo mismo cuando hablan
del rey del baloncesto. Entrad en el cuarto de un adolescente y veréis en la
pared quiénes son sus “reyes”. Creo que estas expresiones populares se parecen
más a lo que queremos decir cuando aclamamos a Dios como nuestro Rey y nos
ayudan a entender la afirmación de Jesús sobre su realeza: «Mi Reino no es de
este mundo» (Jn 18,36).
Para los cristianos nuestro Rey es el Señor, es decir, el
centro hacia el que se dirige el sentido más profundo de nuestra vida. Al pedir
en el Padrenuestro que venga a nosotros su reino, expresamos nuestro deseo de
que crezca el número de personas que encuentren en Dios la fuente de la
felicidad y se esfuercen por seguir el camino que Él nos ha enseñado, el camino
de las bienaventuranzas. Pidámoslo de todo corazón, pues «dondequiera que esté
Jesucristo, allí estará nuestra vida y nuestro reino» (San Ambrosio).
Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal (Barcelona, España)
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