El Papa Francisco dio inicio a un nuevo ciclo de
catequesis sobre el Bautismo en la Audiencia General del miércoles, después del
que dedicó a la Santa Misa. A continuación el texto completo de hoy:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los cincuenta días del tiempo litúrgico pascual son
propicios para reflexionar sobre la vida cristiana que, por su naturaleza, es
la vida que proviene de Cristo mismo. De hecho, somos cristianos en la medida
en que permitimos que Jesucristo viva en nosotros. Entonces, ¿desde dónde
podemos comenzar a reavivar esta conciencia si no desde el principio, desde el
Sacramento que ha encendido la vida cristiana en nosotros?
Este es el
Bautismo. La Pascua de Cristo, con su carga de novedad, nos alcanza a través del
Bautismo para transformarnos a su imagen: los bautizados son de Jesucristo, Él
es el Señor de su existencia. El bautismo es el "fundamento de toda la
vida cristiana" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1213). Es el primero de
los sacramentos, ya que es la puerta que permite a Cristo, el Señor, tomar morada en nuestra persona y a nosotros
sumergirnos en su Misterio.
El verbo griego "bautizar" significa
"sumergir" (véase CIC, 1214). El baño con agua es un ritual común a
varias creencias para expresar la transición de una condición a otra, un signo
de purificación para un nuevo comienzo. Pero para nosotros, los cristianos, no
debe pasar por alto que si es el cuerpo el que se sumerge en el agua, es el
alma la que se sumerge en Cristo para recibir el perdón del pecado y
resplandecer con la luz divina (cf. Tertuliano, Sobre la resurrección de los
muertos, VIII, 3: CCL 2, 931, PL 2, 806).
En virtud del Espíritu Santo, el
bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando en la pila
bautismal al hombre viejo, dominado por el pecado que separa de Dios y dando
vida al hombre nuevo, recreado en Jesús.
En él, todos los hijos de Adán son llamados a una nueva vida.
El Bautismo es,
pues, un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos
la fecha de nuestro nacimiento: seguro. Pero yo me pregunto, con algo de duda,
y os pregunto a vosotros : ¿Cada uno de nosotros recuerda la fecha de su
bautismo? Algunos dicen que sí... está bien. Pero es un sí algo débil porque
quizás muchos no la recuerdan. Pero si celebramos el día en que nacimos ¿por
qué no celebrar, o por lo menos recordar, el día del renacimiento?
Yo os pongo
unos deberes para casa. Los que no se acuerden de la fecha del bautismo, que
pregunten a su madre, a los tíos, a los sobrinos, que pregunten: “¿Tú sabes
cuál es la fecha de mi bautismo?”. Y no la olvidéis nunca. Y ese día dad
gracias al Señor porque es precisamente el día en que Jesús entró en mí, en que
el Espíritu Santo entró en mí. ¿Habéis entendido bien los deberes? Todos
tenemos que saber la fecha de nuestro bautismo. Es otro cumpleaños: el
cumpleaños del renacimiento. No os olvidéis de hacerlo, por favor.
Recordemos las últimas palabras del Señor Resucitado a
los Apóstoles; son un mandato preciso: "Id y haced discípulos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo" (Mt 28, 19). A través del lavacro bautismal, el que cree en Cristo se sumerge en la misma
vida de la Trinidad.
De hecho, no es un agua cualquiera la del Bautismo, sino
el agua sobre la que se invoca el
Espíritu que "da vida" (Credo). Pensamos en lo que Jesús dijo a
Nicodemo, para explicarle el nacimiento en la vida divina: "El que no
nazca de agua y de espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de
la carne, es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu "(Jn 3: 5-6). Por
lo tanto, el bautismo también se llama "regeneración": creemos que
Dios nos ha salvado "según su misericordia, por medio del baño de
regeneración y de renovación del Espíritu." (Tito 3: 5).
El bautismo es, por lo tanto, un signo eficaz de
renacimiento, para caminar en una nueva vida. San Pablo lo recuerda a los
cristianos de Roma: "¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en
Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados
por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado
de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros
vivamos una vida nueva"(Rom 6: 3-4).
Al sumergirnos en Cristo, el Bautismo también nos hace
miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia, y partícipes de su misión en el mundo
(Cfr. CCC 1213). Nosotros, los bautizados, no estamos aislados: somos miembros
del Cuerpo de Cristo. La vitalidad que
fluye de la fuente bautismal se ilustra con estas palabras de Jesús: "Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da
mucho fruto” (Jn 15, 5). Una misma vida, la del Espíritu Santo, fluye de Cristo
a los bautizados, uniéndolos en un solo Cuerpo (cf. 1 Cor 12:13), con el crisma
de la santa unción y alimentado en la
mesa eucarística.
El Bautismo permite a Cristo vivir en nosotros y a
nosotros vivir unidos a él, para colaborar en la Iglesia, cada uno según su
condición, en la transformación del mundo. Recibido solo una vez, el lavacro
bautismal ilumina toda nuestra vida, guiando nuestros pasos hacia la Jerusalén
del Cielo.
Hay un antes y un después del bautismo. El Sacramento supone un
camino de fe, que llamamos catecumenado, evidente cuando es un adulto quien
pide el Bautismo. Pero incluso los niños, desde la antigüedad, son bautizados
en la fe de sus padres (véase Rito del Bautismo de los Niños, Introducción,
2).
Y sobre esto quisiera deciros algo.
Algunos piensan: pero ¿por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a
que crezca, a que entienda y sea él mismo el que pida el bautismo. Pero esto
significa no tener confianza en el Espíritu Santo, porque cuando bautizamos a
un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el Espíritu Santo hace que
crezcan en ese niño, desde pequeño, virtudes cristianas que florecerán después.
Siempre hay que dar a todos esta oportunidad, a todos los niños, la de tener
dentro al Espíritu Santo que los guíe durante la vida.
¡No os olvidéis de
bautizar a los niños! Nadie merece el Bautismo, que es siempre un don gratuito
para todos, adultos y recién nacidos. Pero como sucede con una semilla llena de
vida, este regalo arraiga y da fruto en una tierra alimentada por la fe. Las
promesas bautismales que renovamos cada año en la Vigilia Pascual deben ser
reavivadas todos los días para que el Bautismo "cristifique": no hay
que tener miedo de esta palabra: el Bautismo nos “cristifica”, quien ha
recibido el Bautismo y es “cristificado” se asemeja a Cristo, se transforma en
Cristo y se hace de verdad otro Cristo.
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