En la audiencia
pública de los miércoles, el Papa Francisco ha continuado con el ciclo de
catequesis sobre el sacramento del Bautismo que inició hace tres semanas. Esta
fue su explicación:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Continuamos nuestra
reflexión sobre el Bautismo, siempre a la luz de la Palabra de Dios.
El Evangelio es el
que ilumina a los candidatos y suscita
la adhesión a la fe: En efecto, el Bautismo es de un modo particular «el
sacramento de la fe» por ser la entrada sacramental en la vida de fe. (Catecismo
de la Iglesia Católica, 1236). Y la fe es la entrega de sí mismo al Señor
Jesús, reconocido como «manantial de agua […] para la vida eterna» (Jn 4,14),
«luz del mundo» (Jn 9,5), «vida y la resurrección» (Jn 11,25), como lo enseña
el itinerario recorrido, también hoy en día, por los catecúmenos que están
cerca de recibir la iniciación cristiana. Educados por la escucha de Jesús, por sus enseñanzas y sus
obras, los catecúmenos reviven la experiencia de la Samaritana sedienta de agua
viva, del ciego de nacimiento, que abre los ojos a la luz, de Lázaro que sale
del sepulcro. El Evangelio lleva en sí la fuerza de transformar a los que lo
acogen con fe, arrebatándolos al dominio del maligno para que aprendan a servir
al Señor con alegría y novedad de vida.
A la pila bautismal
nunca se va solos sino acompañados por la oración de toda la Iglesia, como lo
recuerda la letanía de los santos que precede a la oración de exorcismo y a la
unción pre-bautismal con el óleo de los catecúmenos. Son gestos que, desde la
antigüedad, aseguran a los que se preparan a renacer como hijos de Dios que la
oración de la Iglesia los asiste en la lucha contra el mal, los acompaña
por el camino del bien, los ayuda a
escapar del poder del pecado para pasar al reino de la gracia divina. La
oración de la Iglesia. La Iglesia reza y reza por todos, por todos nosotros.
Nosotros, Iglesia, rezamos por los demás. Es bonito rezar por los demás.
Cuantas veces no necesitamos nada con urgencia y no rezamos. Nosotros tenemos
que rezar unidos a la Iglesia por los demás. “Señor, te pido por los que están
necesitados, por los que no tienen fe”… No os olvidéis: la oración de la
Iglesia está siempre en acto. Pero nosotros tenemos que incorporarnos a esta
oración y rezar por todo el pueblo de Dios y por los que necesitan oraciones.
Por eso, el camino de los catecúmenos adultos está jalonado por los repetidos
exorcismos pronunciados por el sacerdote (cf. CIC, 1237), o sea por oraciones
que invocan la liberación de todo lo que separa de Cristo e impide la unión
profunda con Él. También para los niños se pide a Dios que los libre del pecado
original y los consagre como morada del Espíritu Santo (ver Rito del bautismo de
los niños, n° 56). Los niños. Rezar por los niños, por la salud espiritual y
corporal. Es una forma de proteger a los niños con la oración. Como atestiguan
los Evangelios, Jesús mismo combatió y
expulsó a los demonios para manifestar la venida del Reino de Dios (cf. Mt
12,28): su victoria sobre el poder del maligno deja espacio libre al señorío de
Dios que alegra y reconcilia con la
vida.
El bautismo no es una
fórmula mágica, sino un don del Espíritu Santo que habilita a los que lo
reciben a «luchar contra el espíritu del mal», creyendo que «Dios ha enviado a
su Hijo al mundo para destruir el poder de Satanás y transferir al hombre de
las tinieblas a su reino de luz infinita» (ver Rito del bautismo de los niños,
n. ° 56). Sabemos por experiencia que la vida cristiana siempre está sujeta a
la tentación, sobre todo a la tentación de separarse de Dios, de su voluntad,
de la comunión con él, para volver a caer en los lazos de las seducciones
mundanas. Y el Bautismo nos prepara, nos da fuerza para esta lucha diaria,
también la lucha contra el diablo que —como dice San Pedro— como un león,
intenta devorarnos, destruirnos.
A la oración sigue la
unción en el pecho con el óleo de los catecúmenos, que «reciben la fuerza para
renunciar al diablo y al pecado, antes de acercarse a la fuente y renacer a la
vida nueva» (Bendición de los óleos: Introducción, No. 3). Debido a la
propiedad del aceite de penetrar en los tejidos del cuerpo para beneficiarlo,
los antiguos luchadores solían untarse con aceite para tonificar los músculos y
escapar más fácilmente a la presa del adversario. A la luz de este simbolismo,
los primeros cristianos adoptaron la costumbre de ungir el cuerpo de los
candidatos para el bautismo con aceite bendecido por el obispo, con el fin de
significar mediante esta «señal de salvación», que el poder de Cristo Salvador
fortalece para luchar contra el mal y vencerlo (cf. Rito del Bautismo de los
Niños, n. ° 105).
Es fatigoso luchar
contra el mal, escapar de sus engaños, recuperar la fortaleza después de una lucha
agotadora, pero debemos saber que toda la vida cristiana es un combate. Pero
también debemos saber que no estamos solos, que la Madre Iglesia reza para que
sus hijos, regenerados en el Bautismo, no sucumban a las asechanzas del malvado
sino que las venzan por la potencia de la Pascua de Cristo. Fortificados por el Señor resucitado, que venció al
príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31), también nosotros podemos repetir con la
fe de San Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Filipenses 4,13). Todos
nosotros podemos vencer, vencer todo, pero con la fuerza que me da Jesús.
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