Reflexión en torno al Día internacional de la vida
por el Pbro. Eduardo Casas
1. Un Día para la conmemorar la vida
El 25 de marzo de cada año, en todo el mundo, se ha dispuesto conmemorar el “Día internacional de la vida” también denominado “de la vida naciente” o “del niño por nacer”. Este día, aunque no ha surgido desde una motivación religiosa, sin embargo, para quienes creemos en Jesús, la comprensión del sentido de esta conmemoración se profundiza y enriquece.
En el calendario litúrgico de nuestra fe coincide con la fiesta de la Anunciación del Arcángel Gabriel a María, anunciando la Buena Nueva de la concepción de Jesús, el Hijo de Dios en el seno virginal de su Madre, por la obra fecundante del Espíritu. La Encarnación nos permite apreciar el valor sagrado inalienable de toda vida humana, emparentando a Dios con nuestro linaje de una manera única y total ya que comparte la experiencia de ser concebido, gestado, nacido y crecido como un ser humano.
Jesús mismo ha dicho de sí: “Yo soy la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Además Él mismo se ha autodefinido: “Yo soy la vida” (14,6); “Yo soy la Resurrección y la vida” (11,25). Eso es lo que caracteriza su misión: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”(10,10). La riqueza de su vida hace rebalsar la nuestra: “de su plenitud todos hemos recibido” (1,16).
Como argentinos tampoco podemos dejar de recordar que cada 24 de marzo, en nuestro país, se conmemora el “Día Nacional de la memoria por la verdad y la justicia”. Aún persiste en muchos de nuestros compatriotas la memoria dolorida por una historia de heridas y desencuentros. Tal como nos recuerda el Documento “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad (201-2016): “nunca llegaremos a la capacidad de dialogar sino existe una sincera reconciliación. Se requiere renovar una confianza mutua que no excluya la verdad y la justicia. Las heridas abiertas en nuestra historia, de las cuales también nos sentimos responsables, pueden cicatrizar si evitamos las parcialidades. Todos debemos ser co-responsables de la construcción del bien común. Hay que sumar en lugar de restar. Importa cicatrizar las heridas, evitar las concepciones que nos dividen” (HBJS, 19).
La clave de la vida, en la cual -creyentes y no creyentes- nos sentimos plenamente identificados, nos pone frente al reto personal y social de la dignidad, los derechos y el compromiso con toda vida, con toda la vida y todas las vidas. Nadie puede estar excluido de nuestro corazón.
2. La vida humana en crecimiento: ciclo inclusivos
El “Día de la vida naciente” o “del niño por nacer” puede focalizarnos en esa etapa de la vida que marca el inicio de la existencia, sin embargo, es preciso que lo consideremos también un poco más ampliamente. Desde la fe sabemos que lo que biológica y físicamente acontece una sola vez en la existencia -el nacimiento- en el proceso espiritual tiende a ser una renovada continuidad. Lo que constituye el punto inicial en el transcurso humano es una constante en el itinerario interior. En lo natural se da una sola vez; en lo sobrenatural debe darse constantemente. Así como el que no nace, no vive; de manera análoga, el que permanentemente no está reengendrándose, no puede experimentar el dinamismo espiritual. La afirmación de Jesús a Nicodemo -“no te sorprendas que te haya dicho: tienes que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere y oyes su voz pero no sabes de dónde viene y a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (3,7-8)- nos revela que la vida espiritual es un dinamismo permanente que se inicia con el nacimiento “del agua y del Espíritu” una sola vez sacramentalmente, en el bautismo, para después nacer “de lo alto”, continuamente, en la vida interior. A este continuo y fecundo nacimiento espiritual la Biblia también lo llama “regeneración”: “hemos sido re-engendrados de una semilla incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente” (1 Pe 1,23); “Dios nos engendró por su propia voluntad, con la Palabra de la verdad para que fuésemos las primicias de su creación” (St 1,18); “nos salvó por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu” (Tit 3,5).
El “Día internacional de la vida” nos abre un horizonte amplio hacia todas las etapas de la existencia humana. Cada ciclo existencial tiene sus propias características. Para el niño la vida es aprendizaje y dependencia; para el adolescente, crisis de autoafirmación y búsqueda de identidad; para el joven, opción responsable y compromisos definitivos; para el adulto, experiencia y plenitud; para el anciano, sabiduría y unidad de vida.
La vida humana no se resuelve en una sola y determinada etapa sino en el proceso de toda la vida. No hay que quedarse con una “parte” de ella. Cada etapa involucra las otras. No hay que saltear ninguna. Una vida madura es aquella que, en cada momento, incorpora la armonía del conjunto. La madurez no se realiza “recortando” sino integrando ciclos inclusivos en los que unos se incorporan a los otros y hacen al todo. Esto no implica que las etapas sean uniformes. La transición de una a la otra, conlleva siempre una cierta “movilización”, una “crisis” de adaptación y superación.
No hay que idealizar, ni estigmatizar ninguna etapa de la vida. Cada una tiene límites y posibilidades, luces y sombras. Todos los ciclos vitales son necesarios, ricos y complejos. En cada uno se condensa “cualitativamente” lo vivido. No se agrega, ni se adiciona, ni se suma sino que se asume lo vivido. Se “resignifica” lo anterior posibilitando una renovada manera de ver desde otro ángulo de compresión. Las mismas realidades de nuestra propia vida las valoramos, sucesivamente, con la percepción propia de cada etapa.
En cada ser humano conviven y coexisten el niño, el adolescente, el joven, el maduro y el adulto mayor. Lo que he sido, lo que soy y lo que seré: todo queda asumido y potenciado, vivido e interpretado. Cada uno se puede conectar con ese niño interior, con ese joven que aún tiene los mismos sueños, con ese hombre maduro que busca el equilibrio, con ese anciano sabio que conoce nuestras experiencias. Todos ellos, contienen y despliegan, la riqueza y complejidad de un único “yo”. Todos ellos son yo mismo. Soy el mismo y soy distinto a la vez. Soy el mismo de diverso modo. La esencia, permanece y perdura, lo que no cambia en medio de los cambios. Soy este “yo” con su particular universo personal, el que se ha ido enriqueciendo y construyendo, en su identidad, a través de la historia y de las relaciones que me han forjado.
La vida no es la “suma” sino la “integración”, la asunción, la aceptación de todo. La existencia humana es la vida toda en cada una de sus etapas. No hay que tratar de resolverla en una sola. Ningún ciclo puede excluir el resto. Ninguno es más importante que los otros. Al contrario, cada período necesita del otro para aportar al crecimiento en su conjunto. La persona humana se despliega en torno a su centro: somos uno y somos, todo lo que hemos sido, a la vez.
En definitiva, la vida humana en todas sus etapas, se resuelve en el amor. Para los creyentes, esto se ilumina desde el misterio de Jesús que, según el ritmo histórico de lo humano, “crecía ante Dios y los hombres” (Lc 2,52).
3. La vida no se explica
Nadie puede definir o “explicar” la vida. A menudo- ni siquiera se la puede entender demasiado. Ella simplemente acontece ante nuestro asombro. No es para razonarla sino para vivirla, proyectarla y compartirla. Las diversas imágenes y metáforas que empleamos para describir, son sólo un balbuceo. En lo más profundo sabemos y sentimos que la vida es un misterio sagrado; un mensaje; un camino y un paisaje en movimiento; varios senderos y un único horizonte; un solo viaje y una consecución de variados y sucesivos panoramas; un proyecto y muchas obras, un solo fin y múltiples acciones; miles de circunstancias y una sola trama; innumerables tramos y un solo mapa con tiempos y espacios, geografías e historias; una suma de fragmentos unidos por un solo hilo; un regalo con muchos dones; un hecho extraordinario en medio de sucesos ordinarios; un milagro que siempre sucede sin que nos demos cuenta; una orfebrería divina; un tesoro escondido; un cofre por abrir; un don inapreciable; una tarea desafiante; un sentido profundo y esclarecedor; un despertar que nos visita; una luz que nos alcanza, nos envuelve y nos bendice; un sueño que nos impulsa, nos sostiene y nos alumbra.
Todos la tenemos, la comunicamos y la prodigamos, en una energía constante que se transforma y se recicla. A menudo se manifiesta como una poderosa fragilidad y una extrema vulnerabilidad. En cualquiera de sus formas, la vida es siempre un don para cuidar. Cuando se despliega madura es también lucha y batalla, conquista y vencimiento, triunfo y derrota, paz y descanso, empuje y empeño, esfuerzo sostenido y continua labor, trabajo provechoso y conflicto doloroso.
Muchas veces es también transfiguración y muerte. Ésta es su última y más hermosa sorpresa. Su más esperada incógnita. Su espejo póstumo. La vida siempre queda abierta, inconclusa: es un recorrido sin terminar, promesa y pacto, un sendero de sentido único que siempre avanza, nunca retrocede, permanentemente se abre hacia delante.
La vida –en definitiva- es lo que has recibido y lo que has hecho de ella a partir de tu libertad y tus opciones. Para los que creemos se convierte en un “relato” de fe, una “buena nueva”, una “parábola”, una “memoria de Dios”, un tapiz entretejido con los “signos de los tiempos” (Lc 13,54-56).
La vida –sencillamente- es. Por eso siempre nos maravilla y asombra. Constituye el reflejo más cercano de la bulliciosa, burbujeante y efervescente naturaleza de Dios, el Dios de la vida y de los vivos (cf. Mt, 22, 29, Lc 20,38, Mc 12,27).
4. Algunas preguntas para hacerse o para compartir con otros.
- ¿Cuáles son las imágenes que tienes de la vida en este presente de tu camino?
- ¿Qué etapa del camino de la vida es el que hoy más te preocupa?; ¿por qué?
- En tu propia vida: ¿la fe en qué te ayuda concretamente?
- ¿Cuáles son los desafíos actuales de la vida en el marco social?
- ¿Cuáles son las esperanzas de vida que podemos alimentar en este presente?
- ¿Cuál es el compromiso que puedes asumir en tu empeño por la vida?
5. Oración
Señor Jesús, Vida de toda vida y Dador de todo don,
Fuente primera y última de la existencia,
Camino de todos nuestros senderos.
A ti confiamos la vida de este mundo y la vida de los amamos.
Sabemos que si no te descubren, se privan de lo más hermoso
que tiene el paso por este mundo.
Danos sabiduría para poder mostrarles a otros,
de diversas formas, la hermosa luz de la fe y su plenitud de sentido.
Perdona muchos muchas faltas contra la vida.
Haznos instrumentos de vida, testigos humildes de este don bendito.
Tú que eres la Resurrección,
Tú que nos prometiste que te quedarías con nosotros,
todos los días hasta el fin del mundo,
acompáñanos siempre,
sosteniéndonos en cada etapa de nuestro peregrinar.
Amén.
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