La oración es ante todo “descanso”. Un descanso que nos enseña a encarar descansadamente el trabajo. Si en algo hay que ‘trabajar’ durante nuestra oración es en ‘descansar’ nuestra vida en Dios.
Jesús nos dijo que Él no tiene dónde reclinar la cabeza (Lc 9,58), lo cual, sólo es posible si tiene dónde reclinar el corazón. En nuestra oración ocurre precisamente esto, no tenemos dónde reclinar la cabeza (lo que estamos pensando), sólo tenemos dónde reclinar el corazón: en el Corazón de Dios, en el corazón de su Amor.
Significa todo un ‘trabajo’ descansar reclinando el corazón. Pareciera que hasta que la cabeza no se recuesta, no hay descanso, y sin embargo, no habrá descanso hasta que el corazón no se recueste.
El ejemplo más vivo de esto, es la oración de Jesús en la angustiosa puerta de su Pasión, en el huerto de Getsemaní (Mt 26,39). Todo el trabajo de Jesús está en descansar su corazón, para que su cabeza descanse en los caminos que se trazan desde el Proyecto que salva a toda la humanidad. Y el secreto para encontrar ese descanso pasa por la realidad del Padre, en la que la realidad del Hijo está sostenida.
Como él, nosotros también debiéramos aprender a no hablar mucho cuando oramos (Mt 6,7-8), sino a descansar lo que nos preocupa, poniendo el corazón a descansar en el Padre. Algo así sería: “Padre, me da miedo”; “Padre, no me atrevo”; “Padre, no está en mis manos”; “Padre, no quiero”; “Padre, no entiendo”; hasta poder simplemente terminar diciendo: “Padre”.
No tener tiempo para orar es no tener tiempo para descansar. Si no oramos, pronto nos cansamos.
Javier Albisu sj
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