Este primer encuentro del año se realizó ayer sábado 10 de marzo de 2012 en el colegio de las Hermanas Concepcionistas de la ciudad de Córdoba.
En un clima de fraternidad y comunión que caracteriza estos encuentros pastorales que se realizan en el comienzo de cada año; participaron cerca de 1300 agentes pastorales representando a las distintas comunidades de la Arquidiócesis de Córdoba. Sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, educadores, hermanos y hermanas de distintos carismas y comunidades con el propósito de “Profundizar en la comprensión y espiritualidad de la programación pastoral 2012; y celebrar al Dios de la Vida que se compromete en la historia humana y nos invita a tomar parte gustando de este compromiso”.
A las 8.30 se hizo la presentación y bienvenida, media hora después se vivió un rico momento de oración inicial y a continuación las palabras de Mons. Carlos Ñáñez que dieron marco al encuentro.
A las 9.35 el P. Eduardo Casas asesor de la Junta Arquidiocesana de Educación Católica de Córdoba estuvo a cargo de la iluminación: "El Pan del Compromiso".
De 10 a 12 horas los grupos (20 de jóvenes y 40 de adultos), reflexionaron animados por el espíritu de “Gustar al Dios de la Alianza, que empecinadamente renueva su Promesa de Vida abundante y nos invita a tomar parte, a sumarnos en la construcción de la Patria, la Familia, el Pueblo de Dios”.
Los aportes se compartieron online con todos los participantes por la página del Arzobispado de Córdoba www.arzobispadocba.org.ar (los adultos), y por Facebook desde el perfil “Una Promesa que Contagia” con pistas de los jóvenes acerca de cómo y desde dónde podemos sumarnos positivamente en la construcción de la Patria, la familia, el Pueblo de Dios.
A las 12.20 se compartió un intenso momento de oración en torno a la adoración de la eucaristía, momento que los participantes piden que se repita cada año, y finalmente la despedida.
El pan del compromiso
Por Pbro. Eduardo Casas
(extracto)
Compromiso es una palabra formada de palabras con una riqueza plural de significados: alude a la dinámica anticipativa del tiempo que sueña con el futuro, la promesa que se pronuncia como un juramento a cumplirse y el envío hacia un destino con el propósito de que llegue a realizarse.
Si la palabra compromiso contiene el vocablo promesa, entonces, compromiso es tener en cuenta la “promesa-con” otra u otras personas o con algo. La promesa es necesario que sea compartida para que pueda realizarse. Es un deseo, un anhelo, un sueño en común. Tiene algo dado y algo por darse; algo presente y algo futuro; ahora y mañana. El compromiso es lo que transforma una promesa en realidad.
Hay varios pasajes del Evangelio que pueden darnos pautas del proceso que implica, interior y exteriormente, empatizar con las situaciones ajenas, identificarse con ellas y comprometerse. Por ejemplo, casi todas las curaciones que aparecen en el Evangelio revelan sentimientos, actitudes y gestos de Jesús que nos ilustran al respecto. Podemos recordar la curación de los leprosos (Lc 17, 11-19), la curación del paralítico (Mt. 9, 1-8; Mc 2, 1-12; Jn 5, 1-16); la del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41), la de Bartimeo (Mc 10, 46-52; Lc 18, 35-43), etc.
Hay otros pasajes –que no son milagros– y que igualmente muestran situaciones cotidianas de necesidades, carencias o límites. Por ejemplo, el teto de Mt. 25, 31-46 con el cual Jesús se identifica con los más vulnerables (el que tiene hambre, sed, está desnudo, enfermo o preso) y el buen samaritano que manifiesta toda una pedagogía de compromiso solidario con el discriminado (Lc 10, 25-37).
Incluso hay pasajes que entrañan enseñanzas al respecto, como la parábola del hijo pródigo donde el padre expresa un compromiso de identificación con cada uno de sus dos hijos, bien distintos (Lc 15, 11-32).
De todos los pasajes del Evangelio, me detendré en el texto de la multiplicación de los panes según la versión del Evangelio de Maros 6, 34-44.
“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella porque eran como ovejas sin pastor y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: este es un lugar desierto y ya es muy tarde. Despide a la gente para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer. Él respondió: denles de comer ustedes mismos. Ellos le dijeron: habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos. Jesús preguntó: ¿cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver. Después de averiguarlo dijeron: cinco panes y dos pescados. Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos sobre la hierba verde y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. Entonces Él tomó los cinco panes y los dos pescados y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres”.
Los discípulos –con un sentido de realidad– le advierten a Jesús que están en medio de un lugar inhóspito. Jesús les da entonces a los discípulos una orden prácticamente imposible, sugiriéndoles que no resuelvan la situación despidiendo a la gente, no haciéndose cargo, no tomando parte de la necesidad que advierten. Nada se soluciona con el descompromiso, al contrario, se agudiza más. Si algo s puede hacer, por poco que fuere, hay que intervenir. Aunque sea poco, es mejor que la indiferencia o dejar que los otros lo resuelvan por sí mismos cuando no pueden o no tienen los medios para hacerlo.
Sólo cuando los discípulos han asumido lo que pueden hacer por los demás, aunque sea poco o nada, Él toma la iniciativa. Le basta sólo esa mínima disposición. El primer compromiso se genera primero en la actitud interior, no en los medios exteriores. Antes del milagro de la multiplicación visible está el milagro de la multiplicación invisible. Antes que los panes, se multiplican las disposiciones de los discípulos a colaborar.
A Dios no le importa lo que tenemos o dejamos de tener, le interesa nuestra disposición en relación a eso que tenemos, sea mucho o poco. Dios puede obrar sólo cuando hay entrega. Se puede tener muy poco –que si lo entregamos– se multiplica. Se puede, en cambio, tener mucho. Si lo guardamos, no sólo que no se multiplica sino que se pierde. Lo que no se entrega, no se multiplica. Ni siquiera se conserva o permanece, simplemente se pierde. Tal es la dinámica del don. Dios obra cuando el hombre se dispone, más allá del alcance de sus medios…
Las carencias humanas son también posibilidades de Dios, si las entregamos a Él. No hay que ver lo que nos falta, lo que queda, lo que no hay, lo que no somos o tenemos, lo que esperamos y no conseguimos, lo que deseamos y no alcanzamos. Hay que actuar los deseos y los sueños como si se hubieran cumplido para poder así realizarlos. Es preciso descubrir el potencial concentrado y la energía contenida en cada límite, desentrañar la fuerza irresistible de esperanza que genera toda carencia.
No todo está mal, ni perdido, ni ensombrecido. La familia, la patria y el pueblo de Dios necesitan una esperanza realista capaz de contemplar que la gracia de Dios renace con mayor fuerza a partir de cada “si” humano, de cada pequeña y callada fidelidad. En todas las realidades de estrecheces humanas germina una promesa renovada, un don que quiere volver a brillar, una fuerza que se alimenta de vida que crece y se expande. Dios continúa –de muchas insospechadas maneras– multiplicando panes, pescados y milagros a partir de límites humanos. Sólo para quien lo desea, un límite es capaz de serlo. El límite está en nosotros, no en la realidad. Para Dios no hay imposibles: Él actúa no “a pesar de” nuestros impedimentos, obstáculos, necesidades y carencias, sino “en razón de” todo eso. Sólo espera que nosotros hagamos nuestra parte: entreguemos nuestra pobreza. Él nos devuelve su riqueza multiplicada en nuestra entrega. Sólo así el límite se transfigura, queda superado y transformado.
Nosotros, a menudo somos testigos de las necesidades de los demás. Generalmente son muchas y los recursos escasos. Al contemplar la realidad que nos supera, tomando conciencia de nuestros mínimos alcances, es preciso ser ayuda dócil, humilde y sencilla, para que el Señor siga multiplicando lo poco que tenemos entre manos. No importa si es poco o es mucho. Para Dios no valen las “cantidades” sino las “docilidades”. El obrar de Dios multiplica según su medida y no la nuestra.
Todos podemos dar y recibir, sentir y compartir. Si ocurre esto, se habrá producido en nosotros lo más profundo del milagro de Jesús. No hay que anhelar soluciones mágicas, ni asumir posturas triunfalistas o populistas. No hay que esperar pasivamente. La providencia de Dios nos hace protagonistas. No debemos seguir alimentando derrotismo, queja, desesperanza e impulsos de muerte. No hay que ser ni víctimas, ni cómplices, ni indiferentes con las situaciones de carencia ajena. Si tomamos una actitud proactiva, Dios será siempre providente. Él es el que provee, el que “ve por” nosotros, el que vela, asiste, protege y cuida. La providencia no es tener un Dios facilista, una “varita mágica”.
Para Dios nada hay imposible si nosotros hacemos lo posible. No importa que las necesidades sean muchas y nuestras posibilidades limitadas. Dios siempre obra, aunque no sepamos cómo. Nunca se queda ajeno, lejano, desentendido o ausente. La providencia de Dios no remplaza la responsabilidad humana y su compromiso, al contrario, supone su cooperación. No sustituye lo que nosotros podemos y debemos hacer. Dios obra cuando nosotros obramos. El compromiso es una construcción porque el don de la vida es una tarea. Cuando poneos nuestra parte, Dios pone la de Él.
En la realidad de la familia, la patria y el pueblo de Dios a la que estamos llamados a comprometernos, Dios pone allí su promesa, aquí y ahora, como una semilla fecunda a partir de nuestra disponibilidad. Esa promesa se abre camino, se ensancha en cada límite, el cual más que obstáculo es estímulo, más que dificultad es desafío, más que problema que se cierra, volviéndose sobre sí mismo, es horizonte que se abre.
Pidamos al Señor – “Pan de Vida” – nos conceda multiplicado el pan del compromiso, verdadero alimento. Hagamos la siguiente oración:
Señor Jesús, tú nos compartes tu corazón compasivo, nos abres la mirada hacia las necesidades de los que nos acompañan en el camino.
Yo también soy un peregrino de este viaje. Tengo poco para poner en bien de los otros. Sin embargo, quiero entregarlo porque otros los necesitan y tú puedes multiplicarlo. Mi pobreza desea convertirse en una señal de tu abundancia. Mi escasez y carencia quieren transformarse en tu milagro. Sólo basta que yo lo permita, poniéndome como un simple instrumento en tus manos. Señor, multiplica –desde mis carencias– la plenitud de tus signos calmando las necesidades de los demás. Que yo también sea pan multiplicado. Que los dones que me confiaste colmen el hambre de mis hermanos. Que mis límites sean las fronteras donde sigas manifestando, sin cansarte nunca, tu continua abundancia.
¡Gracias Señor! Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por participar comentando! Por favor, no te olvides de incluir tu nombre y ciudad de residencia al finalizar tu comentario.