El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el
cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer
los preparativos para que comas el cordero de Pascua?». Entonces, envía a dos
de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre
llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la
casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con
mis discípulos?’. Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya
dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». Los
discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había
dicho, y prepararon la Pascua.
Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo
partió y se lo dio y dijo: «Tomad, éste es mi cuerpo». Tomó luego una copa y,
dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi
sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no
beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo en el Reino
de Dios». Y cantados los himnos,
salieron hacia el monte de los Olivos. (Mc 14,12-16.22-26)
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