Cincuenta años atrás, en su carta sobre la Paz en la
Tierra, Juan XXIII decía que la paz social se asienta sobre cuatro pilares: la
verdad, la libertad, la justicia y el amor. Pero es condición primera para
caminar en la verdad arraigarse en la humildad. En la Biblia, ya en al Libro de
los Números, se describe a Moisés, el conductor de su pueblo a la libertad,
como “el hombre más humilde de la Tierra”.
Toda la existencia de Jesús está marcada por la humildad
y así lo entiende San Pablo cuando nos invita a tener los mismos sentimientos
de Cristo, que se abajó haciéndose servidor de todos; así lo entiende Mateo
cuando, al proponer los caminos de la felicidad, el código de la civilización
del amor, propone en primer lugar la bienaventuranza de los pobres de espíritu.
Esa es, por otra parte, la invitación que nos hacen los
hermanos más pobres de la India, que prepararon la oración para la Semana de
Oración Unidad de los Cristianos que viviremos en torno de Pentecostés y que proponen
como lema para este año la pregunta de Miqueas: “¿Qué exige el Señor de
nosotros?”, para respondernos: “Que caminemos en la justicia y la misericordia,
pero, sobre todo, con humildad, ante nuestro Dios”.
Humildad quiere decir ser consciente de que provenimos
del humus, de polvo de la tierra, del “Adama”, como lo recuerda modestamente
Abraham cuando habla de sí mismo en el Génesis; es conocer nuestros límites y
aceptarlos con paz y sencillez, abriéndonos a la escucha y el aporte del
hermano del que soy un mendigo y un necesitado.
Humildad es caminar en la verdad y moderar el apetito de
la propia excelencia, la soberbia, la vanidad y la ostentación. Lo vivido con
ocasión de la elección del papa Francisco nos ha mostrado que la humildad es
fuente de alegría y esperanza; sus gestos más sencillos nos contagian
entusiasmo y animan una mística del servicio al más necesitado.
Si un mes atrás, se proponía la necesidad de trabajar por
una cultura de la misericordia, hoy cabe reconocer que la misericordia se derrama
a quien reconoce su miseria. Miseria que tiene muchos rostros espirituales y
materiales entre nosotros, que deforman la convivencia democrática y, por lo
mismo, urgen seriedad en la búsqueda del bien común.
Juan Pablo II nos recordaba que “entre las deformaciones
del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves,
porque traiciona, al mismo tiempo, los principios de la moral y las normas de
la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado,
influyendo de manera negativa en la relación entre gobernantes y gobernados;
introduce una creciente desconfianza respecto de las instituciones públicas,
causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus
representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones. La
corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas,
porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones
clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas
favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para
influenciarlas e impiden la realización del bien común de todos los
ciudadanos”.
El Comipaz y la Universidad Católica de Córdoba
proponen desde hoy a la tarde un espacio
de reflexión, una cátedra abierta sobre religión y política que quiere ser un
aporte al diálogo y al conocimiento mutuo de la rica diversidad de miradas que
ofrece la convivencia de nuestra patria.
Ojalá sea una oportunidad más para comprometernos por la paz social en la
misericordia y la humildad, en el servicio y la solidaridad.
Padre Pedro Torres
Sacerdote católico
Miembro del Comipaz
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