(Jn 4,10)
Queridos hermanos y hermanas:
Con la presente Carta deseo recorrer junto a ustedes este
año pastoral tan especial. En efecto, el marco que nos ofrece el Año de la Fe
propuesto por el Santo Padre, la memoria gozosa del cincuentenario de la
apertura del Concilio Vaticano II y la publicación, hace 20 años, del Catecismo
de la Iglesia, son una ocasión providencial para CONTEMPLAR con gratitud
creyente la pascua de Dios, su “paso” salvífico por nuestra Iglesia que
peregrina en Córdoba.
Quisiera invitarlos a reflexionar juntos en torno al precioso diálogo de Jesús con la mujer
samaritana (Jn 4,3-42). Este año, volveremos una y otra vez a aquel “pozo de Jacob” para re-encantarnos
en el Espíritu, simbolizado en el agua vivificante y relanzar nuestro camino
pastoral. Lejos de una actitud pasiva, “contemplar” implicará mirar con el
corazón nuestra vida, dejarnos fascinar por el Señor y redescubrir los rasgos
del rostro de Iglesia que Dios nos ha mostrado e invitado a reflejar en nuestra
comunidad eclesial cordobesa. Contemplar será dejarnos santificar por el
Espíritu de Dios, que hace nuevas todas las cosas, para llevarnos más allá de nosotros mismos y de
nuestros intereses hacia el encuentro con
los demás.
1. En el mediodía de la vida: contemplar hoy nuestras
necesidades
Hay momentos en los que sentimos vivamente las
limitaciones de nuestra condición humana: el cansancio, el agobio suelen
abrumarnos, y necesitamos detenernos.
¿Quién de nosotros no ha experimentado alguna vez el peso de algunos días
particularmente difíciles? ¿Cuántas veces habremos pronunciado silenciosa o
explícitamente, un sincero “no doy más”? Todos tenemos conciencia de muchas carencias y necesidades
imprescindibles para vivir dignamente: el agua, el pan, un techo, el trabajo,
la familia, los amigos. No lo tenemos todo, no podemos hacerlo todo solos. Sí,
en nuestras biografías personales y comunitarias conviven fragilidad y
fortaleza, limitaciones y capacidades, búsquedas y hallazgos.
En ese sentido, ¡cuánto nos interpreta e interpela el
diálogo entre Jesucristo y aquella mujer! Junto al pozo: Él se ha detenido,
fatigado del camino a la hora del mediodía, a pleno sol en ese caluroso y
desértico paraje. Ella, como cada día, busca
allí el agua tan preciada que necesita para vivir. A ambos los distancian
procedencias, conflictos político-religiosos del pasado, pero los une la
necesidad. El “dame de beber” de Jesús conmueve, así como conmovió el corazón
de aquella mujer. Y Jesús con asombrosa libertad supera barreras culturales y
religiosas habla con ella, se acerca sencilla y humildemente. Él, a quien
confesamos verdadero Dios, ha querido experimentar ‘en carne propia’ nuestra
realidad humana, nuestras carencias, y, a la vez, conoce profundamente las de
aquella samaritana. No sólo la invita a
descubrirlo – “si conocieras el don de Dios” – sino que, además, le
ofrece un “agua viva” que calmará para siempre su sed y la colmará de plenitud.
En su comentario a este episodio evangélico, dice san Agustín que Cristo “con
su debilidad vino a buscarnos (…) y tuvo sed de la fe de esa mujer”.
Así, la fatiga de Él, la búsqueda de ella y la sed de
ambos, fueron la fuente de donde surgió algo nuevo. Ni Jesús ni la samaritana
reniegan de sus necesidades, ni las esconden o
acallan. ¿Por qué motivo nosotros habríamos de pasar por alto o
disimular las nuestras? CONTEMPLAR con franqueza nuestras limitaciones y dejar
nuestras autosuficiencias personales o comunitarias, es absolutamente necesario
y saludable.
Tras algunos años
de discernir y concretar iniciativas en el marco de nuestro plan pastoral,
ahora quisiéramos reconocer cómo estamos, cómo hemos trabajado y qué
necesitamos, mejor aún, cuánto necesitamos reencontrarnos con Él y entre
nosotros. Este año del plan pastoral es una oportunidad providencial para
dialogar con el Señor, con apertura y paciencia, acerca de nuestra rica
historia, para contemplar de manera orante nuestras carencias y sus
requerimientos.
Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica,
refiriéndose a este pasaje evangélico, “la oración, sepámoslo o no, es el
encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre” (2560). Será un año para
contemplar, la maravillosa obra de Dios en nuestros hermanos y hermanas, y
enriquecernos mutuamente con sus dones. Será un año para revitalizar la FE que
nos une en el mediodía de nuestras vidas.
2. El alba de la conversión: contemplar nuestro pasado
La narración de este pasaje del evangelio de Juan nos
descubre magníficamente la ternura cercana y compasiva del Dios de Jesucristo.
A solas con Él, emerge el sombrío pasado de aquella mujer, representativo del
de su pueblo. Sin embargo, Jesús la trata con suma delicadeza y respeto, tanto
que, como lo destacara el querido beato Juan Pablo II: “ella, sintiendo que él
sabía los secretos de su vida, reconoce en Jesús al Mesías” (Carta Ap. Mulieris
dignitatem, 13). Después de invitarla a redescubrir su historia personal,
“dialoga con ella sobre los más profundos misterios de Dios” (ibid., 15).
¡Cuánto hemos de aprender de la infinita misericordia de
nuestro Dios! Ante su mirada, nuestro pasado no nos condena si estamos
dispuestos a releerlo con Él y como Él. Tampoco el pasado ajeno, ni el de
nuestras comunidades, a pesar de las heridas, es fuente de frustración.
Perdonarnos y perdonar, arrepentirnos con sinceridad y con decisión, bastan
ante Dios, para quien “nada es imposible”. Nunca nos habremos equivocado tanto
como para que Dios deje de amarnos.
CONTEMPLAR su amor infinito revive nuestra ESPERANZA en
que podemos cambiar el corazón y nuestras actitudes, nuestros modos de pensar e
incluso ciertas estructuras pastorales que tal vez ya no respondan al deseo de
Dios para nosotros. En tal sentido, este año será un año para evaluar y revisar
qué instrumentos pastorales hemos utilizado y si han sido útiles o provechosos.
Será un año para ver con verdad los pasos transitados y hacer las adecuaciones
convenientes.
3. El futuro de nuestro testimonio: anunciamos lo que
hemos contemplado
Cuando en el relato regresan los discípulos, ya Jesús le
ha hablado a la samaritana de Dios que “es Espíritu” cuya verdadera adoración debe ser, “en espíritu y
en verdad” y le ha revelado, finalmente que Él es el Mesías prometido a Israel.
Los discípulos, por su parte, sorprendidos, reciben del Señor una enseñanza
maravillosa: el alimento de Jesús “es
hacer la voluntad del Padre” que lo ha enviado. El Señor los invita a mirar
hacia el futuro y los invita a reconocer el lugar que les corresponde en el
plan de salvación: recogerán el fruto del trabajo de otros, serán parte de un
proyecto que los incluye a ellos como a muchos más que continuarán su
obra. La samaritana entretanto, ha ido hacia los suyos para anunciar lo que ha
vivido con Cristo.
También en esto somos aleccionados por el Señor. La
compleja y muy rica historia de la fe cristiana en Córdoba no ha comenzado con
nosotros. Una inmensa “nube de testigos” (Hb 12,1) nos ha precedido y
transmitido esta fe que profesamos. El Cura Brochero, la Madre Tránsito Cabanillas,
y tantos varones y mujeres que han sembrado la Palabra de Dios en nuestra
tierra, refrendándola generosamente con sus vidas. Todo lo cual nos confirma en
esta verdad: nuestro futuro tiene un riquísimo pasado de gracia y verdad, de
trabajo fiel a favor de la justicia y la
caridad genuinas, particularmente hacia los más débiles y sufrientes de nuestra
querida Córdoba. Sí, CONTEMPLAR la labor misionera de nuestros mayores que nos
precedieron en la fe nos compromete en la CARIDAD, y nos permite soñar con los
frutos futuros de nuestro trabajo evangelizador. Por eso, este será también
un año,
para valorar el trabajo apostólico de quienes nos acompañan y
acompañaron. Esta es una lección que nunca debemos dejar de aprender y valorar.
El Evangelio nos dice que el testimonio de aquella mujer
provocó que muchos samaritanos creyeran
que Jesús era el “Salvador del mundo”. Fueron a su encuentro y vivieron la
experiencia que ella les relató. Ella se convirtió así en discípula y misionera
(Doc. Aparecida 135), en “mensajera de salvación” (Mensaje al Pueblo de Dios
del último Sínodo de los Obispos, 1). Que este testimonio evangélico nos
anime a anunciar lo que hemos
contemplado: “la belleza y novedad perenne del encuentro con el Resucitado”
(ibid., 3).
Nos encomendamos especialmente a la oración de las
comunidades contemplativas que desde hace siglos en Córdoba, hablan con Dios cada día en el silencio y la
oración y nos sostienen en nuestro camino. Que Nuestra Señora del Rosario del
Milagro, Patrona de nuestra Arquidiócesis y brillante Estrella de la nueva
evangelización, interceda por nosotros.
+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba
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