En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos que, para
ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les
respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió
escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta
la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde
el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera
que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo
separe el hombre». Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre
esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete
adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro,
comete adulterio».
Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los
discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que
los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es
el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño,
no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos
sobre ellos.
(Mc 10,2-16)
Comentario
Hoy, los fariseos quieren poner a Jesús nuevamente en un
compromiso planteándole la cuestión sobre el divorcio. Más que dar una
respuesta definitiva, Jesús pregunta a sus interlocutores por lo que dice la
Escritura y, sin criticar la Ley de Moisés, les hace comprender que es
legítima, pero temporal: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió
para vosotros este precepto» (Mc 10,5).
Jesús recuerda lo que dice el Libro del Génesis: «Al
comienzo del mundo, Dios los creó hombre y mujer» (Mc 10,6, cf. Gn 1,27). Jesús
habla de una unidad que será la Humanidad. El hombre dejará a sus padres y se unirá
a su mujer, siendo uno con ella para formar la Humanidad. Esto supone una
realidad nueva: Dos seres forman una unidad, no como una
"asociación", sino como procreadores de Humanidad. La conclusión es
evidente: «Lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Mc 10,9).
Mientras tengamos del matrimonio una imagen de
"asociación", la indisolubilidad resultará incomprensible. Si el
matrimonio se reduce a intereses asociativos, se comprende que la disolución
aparezca como legítima. Hablar entonces de matrimonio es un abuso de lenguaje,
pues no es más que la asociación de dos solteros deseosos de hacer más
agradable su existencia. Cuando el Señor habla de matrimonio está diciendo otra
cosa. El Concilio Vaticano II nos recuerda: «Este vínculo sagrado, con miras al
bien, ya de los cónyuges y su prole, ya de la sociedad, no depende del arbitrio
humano. Dios mismo es el autor de un matrimonio que ha dotado de varios bienes
y fines, todo lo cual es de una enorme trascendencia para la continuidad del
género humano» (Gaudium et spes, n. 48).
De regreso a casa, los Apóstoles preguntan por las
exigencias del matrimonio, y a continuación tiene lugar una escena cariñosa con
los niños. Ambas escenas están relacionadas. La segunda enseñanza es como una
parábola que explica cómo es posible el matrimonio. El Reino de Dios es para
aquellos que se asemejan a un niño y aceptan construir algo nuevo. Lo mismo el
matrimonio, si hemos captado bien lo que significa: dejar, unirse y devenir.
Rev. D. Fernando PERALES i Madueño (Terrassa, Barcelona,
España)
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