Durante la Audiencia General de este
miércoles 30 de mayo, el Papa Francisco destacó la importancia de la acción del
Espíritu Santo en el mantenimiento de la unidad de la Iglesia, y recordó los
compromisos de aquellos que reciben el sacramento de la Confirmación. En la
catequesis, el Santo Padre explicó el significado de los diferentes signos del
rito de la Confirmación, y destacó la imposición de manos y el santo óleo. A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy deseo resaltar la íntima relación
del sacramento de la Confirmación con toda la iniciación cristiana.
Antes de recibir la unción espiritual
que confirma y fortalece la gracia del bautismo, los que van a ser confirmados
están llamados a renovar las promesas hechas un día por sus padres y padrinos.
Ahora son ellos mismos los que profesan la fe de la Iglesia, dispuestos a
responder "creo" a las preguntas del obispo. Dispuestos, en particular,
a creer "en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que hoy os será
comunicado de un modo singular por el sacramento de la Confirmación, como fue
dado a los Apóstoles el día de Pentecostés" (Rito de Confirmación, No.
26).
Ya que la venida del Espíritu Santo
requiere corazones reunidos en oración (Hechos 1:14), después de la oración
silenciosa de la comunidad, el obispo, con las manos extendidas sobre los que
se van a confirmar, suplica a Dios que infunda en ellos su santo Espíritu
Paráclito. Uno sólo es el Espíritu, (cf. 1 Cor 12,4) pero viniendo a nosotros
trae consigo riqueza de dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza,
ciencia, piedad y santo temor de Dios (cf. Rito de la confirmación, 28-29).
Hemos escuchado el pasaje de la Biblia
con estos dones que trae el Espíritu Santo. Según el profeta Isaías (11: 2),
estas son las siete virtudes del Espíritu derramadas sobre el Mesías para el
cumplimiento de su misión. También San Pablo describe el abundante fruto del
Espíritu que es "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gal 5, 22).
El único Espíritu distribuye los
múltiples dones que enriquecen a la única Iglesia: él es el Autor de la
diversidad, pero al mismo tiempo el Creador de la unidad. Así, el Espíritu da
todas estas riquezas que son diversas, pero del mismo modo aporta la armonía,
es decir la unidad de todas estas riquezas espirituales que tenemos nosotros,
los cristianos.
Por tradición atestiguada por los
Apóstoles, el Espíritu que completa la gracia del bautismo se comunica a través
de la imposición de las manos (cf. Hechos 8.15 a 17; 19.5 a 6; Heb 6,2). A este
gesto bíblico, para reflejar mejor la efusión del Espíritu que impregna a los
que la reciben, muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se
añadió a la imposición de las manos una unción con óleo perfumado (crisma),
mantenida en uso hasta hoy, tanto en Oriente como en Occidente. (cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, 1289).
El óleo –el crisma– es una sustancia
terapéutica y cosmética que, al penetrar en los tejidos del cuerpo cura las
heridas y perfuma los miembros; por estas cualidades fue asumido por el
simbolismo bíblico y litúrgico para expresar la acción del Espíritu Santo que
consagra e impregna al bautizado, embelleciéndolo con carismas.
El sacramento es conferido mediante la
unción con el crisma en la frente, efectuada por el obispo con la imposición de
la mano y con estas palabras: "Recibe por esta señal el Don del Espíritu
Santo". El Espíritu Santo es el don invisible otorgado y el crisma es su
sello visible.
Al recibir en la frente la señal de la
cruz con el óleo perfumado, el confirmado recibe así una huella espiritual
indeleble, el "carácter" que lo configura más perfectamente a Cristo
y le da la gracia para difundir entre los hombres el "buen olor" (ver
2 Cor 2:15).
Escuchemos nuevamente la invitación de
San Ambrosio al recién confirmado. Dice así: "Recuerda que has recibido el
sello espiritual [...] y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado,
Cristo el Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón como prenda al
Espíritu "(De mysteriis 7,42: CSEL 73,106; cf. CIC, 1303). El Espíritu es
un don inmerecido, que hay que recibir con gratitud, dejando espacio a su
creatividad inagotable.
Es un don para conservar con cuidado, para secundar con docilidad, dejándose
moldear, como la cera, por su ardiente caridad, 'para reflejar a Jesucristo en
el mundo de hoy' (ibid.Gaudete et Exsultate, 23).
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