Queridos
hermanos y hermanas:
Una vez más,
esta vez desafiando un poco el frío, nos reunimos en nuestra Iglesia Madre, la
Catedral, para profesar nuestra fe en la presencia real de nuestro Señor
Jesucristo en la Eucaristía y para honrar al Santísimo Sacramento llevándolo en
procesión por las calles de nuestra ciudad y adorándolo en la Iglesia de las
Monjas dominicas, las catalinas.
Nuestra fe en
la presencia real del Señor en la Eucaristía se asienta sobre el cimiento
sólido del Evangelio. Por las palabras que el celebrante pronuncia en la
consagración, que repiten las de Jesús en la última cena, y por la fuerza del
Espíritu Santo invocada en la plegaria eucarística se realiza la maravillosa
conversión en virtud de la cual el pan y el vino que ponemos sobre el altar se
cambian en el cuerpo y en la sangre de Cristo.
Renovar
nuestra convicción en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento nos
mueve a redescubrir la importancia de la fe que ilumina y orienta nuestra vida
y nos abre horizontes insospechados; horizontes que van más allá de nuestra
existencia meramente terrena, hasta que el Señor vuelva y nos lleve consigo.
Las
circunstancias actuales, marcadas por una profunda transformación cultural y
por sucesos dolorosos que ponen de relieve la fragilidad de los seguidores de
Jesús, de los miembros de su Iglesia, son una ocasión que puede afectarnos y
provocar en nuestro corazón sentimientos de cansancio y desaliento, e incluso
pueden dar lugar a la duda y a la tentación del abandono de la fe.
Estas
dificultades pueden ser, sin embargo, miradas desde otra óptica, como un
desafío, como una oportunidad providencial para renovar la frescura de nuestra
fe, como una ocasión para reafirmar nuestra adhesión a la misma. Ésta parece
ser la intención que ha movido al Papa Benedicto a proponer a la Iglesia la
realización de un “año de la fe” a fin de que redescubramos la alegría de ser
creyentes, la alegría de ser cristianos.
El año de la
fe será inaugurado por el Santo Padre en la ciudad de Roma el próximo 11 de
octubre, quincuagésimo aniversario de la apertura de las sesiones del Concilio
Ecuménico Vaticano II. En Córdoba lo inauguraremos el domingo 14 de octubre,
fecha en la que este año celebraremos a la Patrona de nuestra Arquidiócesis,
Nuestra Señora del Rosario del Milagro y en la que contaremos con la visita del
Nuncio Apostólico de su Santidad, el Papa.
En esta
ocasión en que celebramos la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento del
Altar, nos parece también auspicioso elevar nuestra oración confiada e
insistente pidiendo al Señor por la pronta beatificación del cura Brochero, un
sacerdote insigne que celebró siempre con devoción la Eucaristía, que vivió de
ella a lo largo de su dilatada y fecunda tarea pastoral y que nos regaló, entre
otras cosas, una hermosa plática sobre este sublime misterio.
Nos proponemos
también en esta tarde honrar y adorar la Eucaristía. Lo haremos encaminándonos
en procesión hacia el monasterio de Santa Catalina que ha iniciado la
celebración de su jubileo con ocasión de los cuatrocientos años de su
fundación. Recordemos agradecidos a las Hermanas que interceden constantemente
por la Iglesia que está en Córdoba, por todos nosotros.
La adoración
al Santísimo Sacramento es la consecuencia lógica de la fe en la presencia
real. Si bien es cierto la reserva de las especies eucarísticas estuvo
determinada en el origen de la Iglesia por la necesidad de llevar la comunión a
los enfermos y a las personas impedidas de participar en la celebración
comunitaria, el sentido de la fe impulsó en seguida al pueblo de Dios a tributar
el honor, la veneración y la adoración que el Señor allí presente se merece.
La adoración
es expresión de fe y de devoción entendiendo por ésta aquella disposición del
corazón para abrazar pronta y generosamente el proyecto de Dios para nuestra
vida. En la Eucaristía está, por tanto, la fuerza para el compromiso, que es el
aspecto que queremos destacar en el camino de nuestra Arquidiócesis en este
año: “Nos comprometemos”, nos recuerda el lema pastoral de 2012.
Un compromiso
que es determinación de amar a Dios nuestro Señor sin vueltas, conforme Jesús
nos lo propone en el evangelio y de amar generosamente a nuestros hermanos. Un
amor fraternal que se hace responsabilidad solidaria y ciudadana. Este fin de
semana tenemos la ocasión de expresar esa fraternidad solidaria asociándonos
generosamente a la colecta que “Caritas Argentina” realiza en todo el país.
Procuremos ser generosos para contribuir a caminar hacia una “pobreza cero”.
Nuestro
compromiso debe mirar también en estos días a promover en nuestra Patria todo
aquello que haga resplandecer cada vez más la dignidad de la vida humana; de
toda vida y de toda la vida, desde su concepción hasta su fin natural. En
consecuencia, no dudemos en oponernos a todo lo que pueda favorecer a cualquier
atentado al don de la vida; a cualquier tipo de trata de las personas; a la
difusión del flagelo de la droga, que promete paraísos engañosos y frustrantes
y de los cuales prácticamente no hay retorno.
Finalmente,
quisiera encarecer a mis hermanos sacerdotes, especialmente a los párrocos, y a
todos los consagrados y laicos, que promuevan en sus respectivas comunidades la
devoción eucarística en sus diversas formas, cuidando ante todo la digna
celebración de la Santa Misa; la conveniente y decorosa reserva del Santísimo Sacramento
en el sagrario; y la frecuente práctica de la adoración eucarística que
prolongue la celebración de la Misa y prepare para una mejor participación de
la misma.
A María
Santísima, a quien el Beato Juan Pablo II, llamó la “mujer eucarística”,
encomendamos nuestros propósitos e intenciones y le confiamos una vez más el
cuidado y la protección de nuestra Patria. Que así sea.
+ Carlos José
Ñáñez
Arzobispo de
Córdoba
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