El Santo Padre, ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis
sobre los Mandamientos dedicando su atención al deseo de una vida plena. (Fragmento bíblico: Evangelio según san
Marcos 10, 17-21).
A continuación, sigue el texto de la catequesis del Papa
Francisco, pronunciada hoy en la audiencia general:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es la fiesta de San Antonio de Padua. ¿Quién de vosotros se llama Antonio? Un aplauso para
todos los “Antonios”.
Hoy comenzamos un nuevo itinerario catequético. Será
sobre el tema de los mandamientos. Los mandamientos de la ley de Dios. Nos
sirve de introducción el pasaje que acabamos de escuchar: el encuentro entre
Jesús y un hombre -es un joven- que, de
rodillas, le pregunta cómo puede alcanzar la vida eterna (cf. Mc 10.17 a 21). Y
en esa pregunta está el desafío de cada existencia, también de la nuestra: el
deseo de una vida plena e infinita. Pero ¿cómo llegar? ¿Qué camino tomar? Vivir
de verdad, vivir una existencia noble… Cuántos jóvenes intentan “vivir” y en
cambio se destruyen persiguiendo cosas
efímeras.
Algunos piensan que sea mejor apagar este impulso, -el
impulso de vivir- porque es peligroso. Quisiera decir, sobre todo a los
jóvenes: nuestro peor enemigo no son los problemas concretos, por muy graves y dramáticos que sean: El mayor
peligro en la vida es un mal espíritu de adaptación que no es la mansedumbre ni
la humildad, sino la mediocridad, la pusilanimidad. Un joven mediocre ¿es un
joven con futuro o no? ¡No! Se queda ahí; no crece, no tendrá éxito. La
mediocridad o la pusilanimidad. Esos jóvenes que tienen miedo de todo. “No, yo
soy así…” Esos jóvenes no saldrán adelante. Mansedumbre, fuerza y nada de
pusilanimidad, nada de mediocridad. El beato Pier Giorgio Frassati decía que debemos
vivir, no ir tirando. Los mediocres van tirando. Vivir con la fuerza de la
vida. Hay que pedir a nuestro Padre Celestial para los jóvenes de hoy el don de
la inquietud saludable. Pero, en vuestras casas, en cada familia, cuando hay un
joven que está todo el día sentado, a veces la madre y el padre piensan: “Está
enfermo, tiene algo” y lo llevan al médico. La vida del joven es ir adelante,
estar inquieto, la inquietud saludable, la capacidad de no estar satisfechos con
una vida sin belleza, sin color. Si los jóvenes no tienen hambre de una vida
auténtica, me pregunto ¿Dónde irá la
humanidad? ¿Dónde irá la humanidad con jóvenes quietos y no inquietos?
La pregunta de aquel hombre del Evangelio que hemos
escuchado está dentro de cada uno de nosotros: ¿Cómo se encuentra la vida, la
vida en abundancia, la felicidad? Jesús responde: “Ya sabes los mandamientos”
(v. 19), y cita una parte del Decálogo. Es un proceso pedagógico, con el cual
Jesús quiere conducir a un lugar preciso. De hecho, ya está claro, por su
pregunta que aquel hombre no tiene una vida plena busca algo más, está
inquieto. Por lo tanto ¿qué debe entender? Él dice: «Maestro, todo eso lo he
guardado desde mi juventud» (v. 20).
¿Cómo se pasa de la juventud a la madurez? Cuando se
empiezan a aceptar las propias limitaciones. Nos volvemos adultos cuando nos
relativizamos y tomamos conciencia de “lo que falta” (cfr. v. 21). Este hombre
se ve obligado a reconocer que todo lo que puede “hacer” no supera un “techo”,
no va más allá de un margen.
¡Qué hermoso es ser hombres y mujeres! ¡Qué preciosa es
nuestra existencia! Y sin embargo, hay una verdad que en la historia de los
últimos siglos el hombre ha rechazado a menudo, con trágicas consecuencias: la
verdad de sus limitaciones.
Jesús, en el Evangelio, dice algo que puede ayudarnos:
“No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a
abolir, sino a dar cumplimiento “(Mt 5, 17). El Señor Jesús regala el
cumplimiento, por eso vino. Aquel hombre tenía que dar un salto para llegar al
umbral, donde se abre la posibilidad de dejar de vivir de uno mismo, de las
propias obras, de los propios bienes y, precisamente porque falta la vida
plena, dejarlo todo para seguir al Señor. Mirándolo bien, en la invitación
final de Jesús – inmenso, maravilloso – no está la propuesta de la pobreza sino
la de la riqueza, la verdadera, “Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo
y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven
¡Sígueme!”(V. 21).
¿Quién, pudiendo elegir entre un original y una copia,
elegiría la copia? Este es el desafío: encontrar el original de la vida, no la
copia. Jesús no ofrece sustitutos, ¡sino vida verdadera, amor verdadero,
riqueza verdadera! ¿Cómo pueden los jóvenes seguirnos en la fe si no nos ven
elegir el original, si nos ven adictos a las medias tintas? Es feo encontrar
cristianos de medias tintas, cristianos –me permito la palabra– “enanos”;
crecen hasta una determinada estatura y luego no; cristianos con el corazón encogido,
cerrado. Es feo encontrarse con esto. Hace falta el ejemplo de alguien que me
invita a un “más allá”, a “algo más“, a crecer algo más. San Ignacio lo llamaba
el “magis”, “el fuego, el fervor de la acción, que sacude al soñoliento”.
El camino de lo que falta pasa por lo que hay. Jesús no
vino a abolir la Ley o los Profetas sino a cumplirlos. Tenemos que partir de la
realidad para dar el salto a “lo que falta”. Debemos escudriñar lo ordinario
para abrirnos a lo extraordinario.
En estas catequesis tomaremos las dos tablas de Moisés
como cristianos, de la mano de Jesús, para pasar de las ilusiones de la
juventud al tesoro que está en el cielo, caminando detrás de Él. Descubriremos,
en cada una de esas leyes, antiguas y sabias, la puerta abierta por el Padre
que está en los cielos para que el Señor Jesús, que la ha cruzado, nos lleve a
la vida verdadera. Su vida. La vida de los hijos de Dios.
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