En un mensaje hecho público con motivo de la Jornada
Mundial de la Paz que se celebra hoy 1 de enero, el Papa Francisco hizo un
llamado a acoger a migrantes y refugiados, a considerarlos miembros de una
única familia humana y a ayudarles a alcanzar la paz y una vida digna.
A continuación, el texto completo del mensaje del Papa:
1. Un deseo de paz
Paz a todas las personas y a todas las naciones de la
tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad,
es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos,
especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo
presentes en mi recuerdo y en mi oración.
De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones
de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. Estos
últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y
mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz».
Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a
través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están
dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas
y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.
Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que
huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a
causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación
ambiental.
Somos conscientes de que no es suficiente sentir en
nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de
que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un
hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda
y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable
de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos
problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados.
El ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria
para que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar,
estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores,
ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del
espíritu».
Tienen una responsabilidad concreta con respecto a sus
comunidades, a las que deben garantizar los derechos que les corresponden en
justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el constructor necio que
hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a
construir.4
2. ¿Por qué hay
tantos refugiados y migrantes?
Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz
de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número creciente de
desplazados entre las consecuencias de «una interminable y horrenda serie de
guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”», que habían marcado el
siglo XX.
En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio
profundo de sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia
organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera
de las fronteras nacionales.
Pero las personas también migran por otras razones, ante
todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el
deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro imposible de
construir».
Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para
encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede
disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado
en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento de los migrantes huyendo de
la miseria empeorada por la degradación ambiental».
La mayoría emigra siguiendo un procedimiento regulado,
mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a causa de la
desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y oportunidades, y toda
vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.
En muchos países de destino se ha difundido ampliamente
una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de
la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha
de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan
el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de
construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son
fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la
protección de cada ser humano.
Todos los datos de que dispone la comunidad internacional
indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos
las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una
mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de
paz.
3. Una mirada
contemplativa
La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de
reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen,
forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de
los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina
social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el
compartir».
Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva
Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la
describen como una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a
personas de todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas.
La paz es el gobernante que la guía y la justicia el
principio que rige la convivencia entre todos dentro de ella. Necesitamos ver
también la ciudad donde vivimos con esta mirada contemplativa, «esto es, una
mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en
sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de
verdad, de justicia»; en otras palabras, realizando la promesa de la paz.
Observando a los migrantes y a los refugiados, esta
mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la
riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por
supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las
naciones que los acogen.
Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la
tenacidad y el espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y
comunidades que, en todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus
corazones a los migrantes y refugiados, incluso cuando los recursos no son
abundantes.
Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar el
discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar las
políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su
comunidad», es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los miembros
de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.
Quienes se dejan guiar por esta mirada serán capaces de
reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer su
crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo
divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con
la presencia de migrantes y refugiados.
4. Cuatro piedras
angulares para la acción
Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los
refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una
posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que
conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.
«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las
posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los
inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y
equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los
derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad;
por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».
«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y de
garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca
de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las
mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan
a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los
peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda».
«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo humano
integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que
pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el
garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación:
de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus
capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro
del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y
enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y
vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes
fuisteis en Egipto».
Por último, «integrar» significa trabajar para que los
refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que
les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda,
promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como
escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino
conciudadanos de los santos y familiares de Dios».
5. Una propuesta para
dos Pactos internacionales
Deseo de todo corazón que este espíritu anime el proceso
que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por parte
de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración segura,
ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados.
En cuanto acuerdos adoptados a nivel mundial, estos
pactos constituirán un marco de referencia para desarrollar propuestas
políticas y poner en práctica medidas concretas. Por esta razón, es importante
que estén inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con
el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita avanzar en la construcción
de la paz: sólo así el necesario realismo de la política internacional no se
verá derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.
El diálogo y la coordinación constituyen, en efecto, una
necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más allá de las
fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan acoger a un
mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación internacional
les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.
La Sección para los Migrantes y Refugiados del Dicasterio
para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos de acción17
como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en las
políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades
cristianas.
Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el
interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los
pactos mundiales de las Naciones Unidas. Este interés confirma una solicitud
pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a
través de sus múltiples actividades.
6. Por nuestra casa
común
Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son
muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la
aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse
cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa
común”».
A lo largo de la historia, muchos han creído en este
«sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una
utopía irrealizable. Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca Javier
Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año 2017.
Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su memoria.
Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio
de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña
cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y
hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que
los «frutos de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la
paz».
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