El Papa Francisco ofreció la tercera catequesis sobre la Misa durante la Audiencia General en la Plaza de San Pedro. A continuación, la catequesis completa del Papa:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Prosiguiendo con las
Catequesis sobre la Misa, podemos preguntarnos: ¿Qué cosa es esencialmente la
Misa? La Misa es el memorial del Misterio pascual de Cristo. Ella nos hace
partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte, y da significado pleno a
nuestra vida.
Para esto, para
comprender el valor de la Misa debemos sobre todo entender el significado
bíblico del “memorial”. Esto «no es solamente el recuerdo – el memorial no es
solamente un recuerdo –, de los acontecimientos del pasado, sino estos
acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera
Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la Pascua,
los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes
a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos» (Catecismo de la
Iglesia Católica, 1363). Jesucristo, con su pasión, muerte, resurrección y
ascensión al cielo ha llevado a cumplimiento la Pascua. Y la Misa es el
memorial de su Pascua, de su “éxodo”, que ha realizado por nosotros, para
sacarnos de la esclavitud e introducirnos en la tierra prometida de la vida
eterna. No es solamente un recuerdo, no, es algo más: es hacer presente aquello
que ha sucedido hace veinte siglos atrás.
La Eucaristía nos
lleva siempre al ápice de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús,
haciéndose pan partido por nosotros, derrama sobre nosotros toda su
misericordia y su amor, como lo ha hecho en la cruz, para así renovar nuestro
corazón, nuestra existencia y el modo de relacionarnos con Él y con los
hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se
efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por
medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Constitución
Dogmática, Lumen Gentium, 3).
Toda celebración de
la Eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado.
Participar en la Misa, en particular el domingo, significa entrar en la
victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, abrigados por su calor. A
través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de
la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su
paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos
lleva también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la Misa se hace
Pascua. Nosotros, en la Misa, estamos con Jesús, muerte y resucitado y Él nos
lleva adelante, a la vida eterna. En la Misa nos unimos a Él. Es más, Cristo
vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo –
dice San Pablo – y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo
viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se
entregó por mí» (Gal 2,19-20). Así pensaba Pablo.
Su sangre, de hecho,
nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no sólo del dominio
de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que
nos toma cada vez que caemos victimas de nuestro pecado y del de los demás. Y
entonces nuestra se contamina, pierde belleza, pierde significado, muere.
Cristo en cambio no
devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando ha afrontado la
muerte la ha derrotado para siempre: «Resucitando destruyó la muerte y nos dio
vida nueva». La Pascua de Cristo es la victoria definitiva sobre la muerte,
porque Él ha transformado su muerte en un supremo acto de amor. ¡Murió por
amor! Y en la Eucaristía, Él quiso comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si
lo recibimos con fe, también nosotros podemos amar verdaderamente a Dios y al
prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, dando la vida.
Si el amor de Cristo
está en mí, puedo donarme plenamente al otro, con la certeza interior que si
incluso el otro debiera herirme yo no moriría; de lo contrario tendría que
defenderme. Los mártires han dado la vida justamente por esta certeza de la
victoria de Cristo sobre la muerte. Sólo si experimentamos este poder de
Cristo, el poder de su amor, somos verdaderamente libres de donarnos sin miedo.
Y esta es la Misa: entrar en esta pasión, muerte, resurrección, ascensión de
Jesús. Y cuando vamos a Misa, es como si fuéramos al calvario, lo mismo.
Piensen ustedes: si nosotros vamos al calvario – pensemos con imaginación – en
ese momento, y nosotros sabemos que ese hombre ahí es Jesús. Pero, ¿nosotros
nos permitiríamos hablar, tomar fotografías, hacer un poco de espectáculo? ¡No!
¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaríamos en silencio, en el llanto y
también en la alegría de ser salvados. Cuando nosotros entramos en la iglesia
para celebrar la Misa pensemos esto: entro en el calvario, donde Jesús da su
vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparece las habladurías, los
comentarios y estas cosas que nos alejan de esta cosa tan bella que es la Misa,
el triunfo de Jesús.
Pienso que ahora sea más claro como la Pascua se haga presente y obrante cada vez que celebramos la Misa, es decir, el sentido del memorial. La participación en la Eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, donándonos pasar con Él de la muerte a la vida, es decir, al calvario, ahí. La Misa es rehacer el calvario, no es un espectáculo. Gracias.
Pienso que ahora sea más claro como la Pascua se haga presente y obrante cada vez que celebramos la Misa, es decir, el sentido del memorial. La participación en la Eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, donándonos pasar con Él de la muerte a la vida, es decir, al calvario, ahí. La Misa es rehacer el calvario, no es un espectáculo. Gracias.
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