El Miércoles 1 de
marzo comienza la Cuaresma, un tiempo de gracia, un tiempo “fuerte” del año
litúrgico” que nos invita a redescubrir el amor de Jesús, y animarnos a vivir
una primera experiencia de amor de Jesús si aún no la tuvimos. Así lo destacó
Monseñor Carlos Ñáñez Arzobispo de Córdoba en una carta que escribió a todas
las comunidades con ocasión de la Cuaresma y en el marco de la realización del
próximo Sínodo en Córdoba.
Queridos
hermanos y hermanas:
Les
hago llegar mi saludo cordial a todas las comunidades que conforman nuestra
Arquidiócesis y a cada uno de sus integrantes. ¡Que el Señor los bendiga con
abundancia!
El
motivo de esta carta es la cercanía de la cuaresma que comenzaremos, Dios
mediante, el próximo 1° de marzo, miércoles de ceniza. Quiero invitarlos a
vivir con intensidad este tiempo “fuerte” del año litúrgico.
La
cuaresma nos prepara para celebrar la Pascua de Jesús, es decir, su triunfo
sobre el pecado y la muerte, y sobre todo para festejar con mucha alegría su
resurrección. Al mismo tiempo, la cuaresma nos dispone para renovar la gracia
de nuestro bautismo, por el que fuimos injertados en la Pascua de Jesús. Nos lo
recuerda el apóstol san Pablo: “¿No saben ustedes que todos los que fuimos
bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo
fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la
gloria del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (Rom 6, 4).
Una
de las propuestas para la cuaresma es la de leer con especial atención, con
frecuencia y en clave de oración la Palabra de Dios, especialmente el santo
Evangelio. El Papa Francisco, en su mensaje para toda la Iglesia, nos recuerda
esta propuesta y ha elegido para meditar en esta ocasión la parábola del rico
que banqueteaba y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31).
Nosotros,
por nuestra parte, elegimos un texto del libro del Apocalipsis, la carta a la
Iglesia de Éfeso (Apoc 2, 1-7). Un breve comentario puede ayudarnos a desentrañar
su riqueza y motivarnos para vivir con profundidad nuestra cuaresma.
Conviene
comenzar casi por el final. Nos dice el texto: “El que pueda entender, que
entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (v. 7). Debemos estar atentos
a lo que el Espíritu y el Señor Jesús quieren decirnos en esta cuaresma a la Iglesia que está en
Córdoba. Se nos invita, por tanto, a una escucha atenta, confiada, cariñosa, a
una lectura orante de la Palabra de Dios.
El
Señor Jesús reconoce y alaba las muchas obras de la comunidad eclesial de
Éfeso, su esfuerzo paciente y constante, su fidelidad, a veces heroica, en
medio de dificultades (cf. vv. 2-3).
Sin
negar nada de lo anterior, sin embargo, le hace un reproche delicado y que
seguramente debía tocar muy hondamente el corazón de esa comunidad: “has dejado
enfriar el amor que tenías al comienzo”. Quizás el Señor alude a una relación
que se ha vuelto rutinaria, pendiente sólo de “prácticas piadosas”, pero que ha
descuidado la frecuencia y la calidez de un diálogo con Él desde el corazón.
Descuidando
el diálogo con Jesús, ha descuidado seguramente la atención a los hermanos. El
mensaje del Santo Padre es elocuente en este sentido, el descuido del don de la
Palabra, lleva al descuido del don del hermano. La oración, el ayuno y la
limosna, obras privilegiadas de la cuaresma, deben impulsarnos y ayudarnos a
cuidar a nuestros hermanos y a compartir con ellos nuestros bienes.
De
todas maneras, el horizonte de la carta no es de desesperanza. Al contrario,
hay en ella una invitación apremiante, cariñosa y esperanzadora: “conviértete”
(v. 5). Es también la palabra que escucharemos el miércoles cuando se nos
impongan las cenizas en nuestra frente: “conviértete y cree en el Evangelio”.
La
conversión, el cambio interior, lo propio de la cuaresma, es ante todo obra del
Espíritu Santo en nosotros y demanda en cada uno un proceso que con el auxilio
de la gracia del mismo Espíritu debemos llevar adelante a lo largo de todo ese
tiempo para vivir transformados interiormente la alegría de la Pascua, y así
renovar consciente y libremente los compromisos de nuestro bautismo.
El
Señor le propone además a la Iglesia de Éfeso, y en ella a nosotros, un desafío
alentador: “observa tu conducta anterior” (v. 5), es decir vuelve como antes.
Es decir, siempre se puede empezar de nuevo, cualquiera que hayan sido nuestros
fracasos, nuestros yerros, nuestros pecados…
Como
Iglesia que está en Córdoba y que se encamina a la realización de un nuevo
Sínodo, estamos invitados a redescubrir el amor del principio que tal vez se ha
entibiado en nosotros o incluso estamos invitados a hacer una primera
experiencia del amor de Jesús, a dejarnos fascinar por Él, para sentirnos
motivados a responderle a nuestra vez, a vivir de ese amor “que hace nueva
todas las cosas” (cf. Apoc 21, 5), que siempre nos sorprende y que debe ser el
eje y el motor de toda nuestra vida de discípulos misioneros de Jesús.
La
recompensa de ser fieles a este empeño es la de recibir como don precioso la
vida verdadera, ya desde aquí, y luego, esa misma vida en plenitud, más allá de
nuestra peregrinación terrena: “al vencedor, le daré de comer del árbol de la
vida, que se encuentra en el Paraíso de Dios” (v. 7)
El
Santo Cura Brochero invitaba a sus feligreses a los ejercicios espirituales en
la convicción de que eran una ocasión privilegiada para vivir el encuentro con
Jesús, con su amor misericordioso y salvador y para decidirse a corresponderlo
de manera confiada, agradecida y fiel.
La
cuaresma son los ejercicios espirituales de toda la Iglesia. Pidamos por
intercesión de San José Gabriel del Rosario y de “su” Purísima la gracia de
vivir con intensidad y compromiso esta cuaresma, de descubrir o redescubrir el
amor salvador de Jesús y vivir el amor “del principio” o volver a ese amor
primero.
Augurándoles
un tiempo de mucha gracia, me es grato saludarlos con cariño y asegurarles mi
recuerdo en la oración, encomendándome a la de todos ustedes.
Córdoba,
26 de febrero de 2017
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Monseñor Carlos José Ñáñez
Arzobispo
de Córdoba
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