1.
Faltan pocos días para celebrar la Navidad. Haremos memoria y fiesta por la
noticia más bella, alegre y verdadera de todos los tiempos, que sigue
iluminando al mundo: «Nos ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor»
(Lc 2,11). Cuando nos reunamos como familia delante del pesebre, contemplemos
el misterio de la humildad de Dios que viene a salvarnos. Esta fiesta de la fe,
vivida en familia, nos invita a fortalecer nuestros vínculos. ¡Dejémonos
conmover por este Dios manso, que entra en nuestra casa para quedarse!
2.
Tenemos motivos para dar gracias a Dios por los dones espirituales con los que
quiso alentar nuestro camino como Iglesia en la Argentina. El Jubileo del Año
Santo nos ha unido más a la persona del Papa Francisco, incansable apóstol de
la misericordia divina. Estamos convencidos de que sus enseñanzas nos
comprometen a bajar a las manos nuestra fe, para que se traduzcan en gestos de
caridad ante toda miseria humana: «Han pasado más de dos mil años y, sin
embargo, las obras de misericordia siguen haciendo visible la bondad de Dios»
(Misericordia et misera,18). Volver a confesar a un Dios compasivo y
misericordioso nos ha acercado al origen amoroso de nuestra existencia.
3.
El Niño Dios de nuestros pesebres revela el rostro de la misericordia y, al
hacerse como uno de tantos (cf. Flp 2,7), nos ayuda a confiar en el perdón
generoso del Padre Dios y nos invita a perdonar de corazón a nuestros hermanos.
En este desborde de gracias, la Iglesia confirmó la santidad de dos hijos de nuestra tierra: San
José Gabriel del Rosario Brochero y la Beata María Antonia de San José. Ambos
fueron entusiastas evangelizadores, solícitos con los enfermos, los pobres y
los presos. ¡Qué bueno sería que sus imágenes estuvieran junto a la Virgen
María y a San José en el pesebre! En ellos también se manifestó el amor de Dios
por su pueblo peregrino en la Argentina.
4.
Nada es fácil en la Argentina de ayer y de hoy, sobre todo para los que
dependen de uno o dos sueldos, y ni pensar si la familia con varios hijos está
al margen del sistema laboral y previsional. Ahí nuestra nación muestra su peor
rostro, porque cuesta creer que en la tierra bendita del pan, a uno de cada tres
argentinos le falte comida, trabajo, salud, educación e igualdad de
posibilidades para progresar. Las estadísticas visibilizan el número de los
pobres, pero nunca alcanzarán a reflejar el dolor, la angustia e indignación de
los padres que no pueden sostener a sus familias. La emergencia social,
declarada hace unos días por el Estado Nacional, nos excusa de dar más ejemplos
y comprueba esta cruda y cruel realidad que hoy padecen muchos compatriotas.
5.
Hacemos un llamado apremiante a los que tienen algún grado de decisión en la
economía argentina, para que inviertan en fuentes de trabajos dignos y bien
remunerados. Los cálculos mezquinos, la especulación financiera y la
subordinación del bien común a intereses electorales, no responden a las
expectativas y hacen mucho daño al país. Como pueblo necesitamos sentarnos a la
mesa, disponernos para el diálogo responsable y permanente, y así fortalecer
nuestra aún frágil convivencia ciudadana. Que nadie se sienta excluido de esta
invitación, porque la hora de la patria reclama de todos gestos de grandeza.
6.
Ante la mirada del Niño Dios desde el pesebre, que siendo rico en misericordia
compartió nuestra miseria, nos sentimos llamados a ser una Iglesia más humilde,
necesitada de purificación por los pecados de todos nosotros. El Hijo de Dios,
recién nacido, nos recuerda que somos hermanos para que no perdamos la
esperanza de un renovado encuentro fraterno entre los argentinos.
7.
Entonces sí podremos desear: ¡Feliz Navidad para todos!
175º
Reunión de la Comisión Permanente
Conferencia
Episcopal Argentina
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