“…
esa mañana al abrir la puerta de vidrio… vio lo que hacía tiempo se negaba a
ver… Celebró la misa solo. Esa mañana había en él… una oscura sensación de
miedo, una angustia que se enroscaba en su espíritu sin que pudiera dominarla… La oración fue su refugio. El Cristo
había ofrecido a Dios la vida en plena juventud… A él, José Gabriel, ¿qué le
tocaba ofrecer? La gente ya no se acercaba como antes. Lo miraban con cierto
recelo. ¿Qué le pedía Dios en la madurez de su vida?... En medio de su
torturada soledad, se aferró con todo el ánimo a la vida y se empeñó en
ocuparse de su gente hasta que las fuerzas se lo permitiesen”
“Su
tormento interior aumentaba a cada hora… después
de largos ratos de plegaria ante su
Purísima, garabateó su renuncia… con sufrimientos, plegarias y
silencios, José Gabriel preparó lentamente su último viaje…”
“Él,
que había sido capaz de increíbles esfuerzos físicos, se sentía ahora tan sólo
un montón de carne insensible, un cuerpo sin rumbo… Ya no era el líder
religioso que arrastraba multitudes hacia la Casa de Ejercicios… ¿Qué era
entonces? ¿Qué quería el Señor que fuese ahora, ciego y leproso como estaba?”
“…
le gustaba ir hasta la orilla del río Panaholma… Sentado a la sombra de los
sauces… Constantemente rezaba el Rosario. Fue allí, en uno de sus paseos
silenciosos, cuando entendió que ahora podría salvar más almas que en sus
audaces marchas a lomo de mula… Ahora,
totalmente impedido como estaba, podía salvar más almas que nunca. Todo era
cuestión de ofrecerle cada día a su Señor el sufrimiento de su cuerpo
insensible y sus ojos sin luz”.
“…Un día no resistió el deseo de volver a entrar en esa iglesia donde más de treinta años antes había dicho la misa como cura recién llegado… Guiado por su lazarillo, el cura marchó lentamente hacia el templo… entró arrastrando los pies… se sentó trabajosamente y mirando si ver habló por última vez en aquel recinto donde había sembrado la palabra divina a lo largo de tantos años: “Hijos, no hagan pecados… y si los hacen, sepan que Dios está siempre dispuesto a perdonarlos, como yo los perdoné cuando los confesaba… el sacerdote que no tiene mucha lástima por los pecadores es medio sacerdote, y ni tanto. Estos trapos benditos que llevo encima no son lo que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego… Por eso digo: quiéranse mucho, vivan en paz con todos…”
“La
emoción embargaba a todos los presentes… Salió arrastrándose, como había
entrado, con una mezcla de pena y alegría en su alma… pero estaba cercano el
momento de entrar a otro Templo mil veces mejor: el de la presencia viva y
eterna de Dios…”
“Fue
presintiendo lúcidamente que su fin se acercaba. Ahora debía soportar un
sufrimiento atroz… estaba embichado… agusanado. Ya nadie venía a verlo. Su
aislamiento era total… Brochero pasaba los días en el dolor y en la oración…”
Escribió una carta al obispo de Santiago del Estero, monseñor Martín Yañiz, que
había sido ordenado sacerdote el mismo día que él: “Recordarás que yo sabía
decir de mí mismo que iba a ser un enérgico siempre, como el caballo chesche
que se murió galopando; pero jamás tuve presente que Dios Nuestro Señor es y
era quien vivifica y mortifica, y quien da las energías físicas y morales y
quien las quita: pues bien, yo estoy ciego casi al remate… Además estoy sin
tacto… ya ves el estado a que ha quedado reducido el chesche, el enérgico, el
brioso… Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en
desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva. Quiero decir que Dios me da la ocupación de
buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por
los que han de venir hasta el fin del mundo…”
“El
23 de enero pasó por el pueblo el padre Angulo… quien comprendió que el final
estaba muy cerca… Brochero le pidió que lo ayudara a bien morir… La mañana del
26 de enero, cuando Angulo le llevó la comunión, Brochero murmuró: -Esta es la despedida… Con el correr de
las horas su vida se fue apagando lentamente, como las velas que en el altar
rinden su homenaje al Padre de todos…”
(Felgueras
Esteban. El cura Brochero, más nuestro que el pan caliente. 1° edición. Buenos
Aires. Bonum. 2010)
Para
reflexionar:
La vida de Brochero, sus últimos días entre nosotros y su pascua,
es decir su paso al encuentro con Dios, son una enseñanza. ¿Asumo las preguntas
que brotan en todo corazón humano sobre el dolor, la vejez y las limitaciones?
¿Qué sentimientos me despiertan: confianza… miedo… acción… inmovilidad… abrirme
al bien de otros o me encierro en mí mismo? ¿Qué entiendo por ofrecer un dolor
o unirme a la cruz? ¿Creo que la cruz es fuente de fecundidad o sólo aflicción?
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