Queridos
hermanos y hermanas:
En este año en que todavía estamos respirando el ambiente de los festejos del Bicentenario, suceden dos hechos que hacen a nuestra historia, dos hechos que son muy importantes y muy fuertes, y que yo valoro mucho: uno es la beatificación de Mama Antula, una mujer que ayudó a consolidar la Argentina profunda y el otro es la próxima canonización del Cura Brochero, ese cura gaucho que tuvo compasión de sus queridos serranos y luchó por su dignificación.
Está
de más decir que yo hubiera querido ir a Argentina a beatificar a Mama Antula y
a canonizar al Cura Brochero, pero no pude hacerlo, no es posible. Ustedes no
saben cuánto me gustaría volver a verlos. Y tampoco podré hacerlo el año
próximo porque ya están compromisos fijados para Asia, África, y el mundo es más
grande que Argentina, y bueno, pero hay que dividirse, dejo en manos del Señor
que Él me indique la fecha. Pero teniendo en cuenta estos acontecimientos y
teniendo en cuenta que el año que viene tampoco voy a poder ir, opté por
comunicarme con ustedes de esta manera.
Para
mí el pueblo argentino es mi pueblo, ustedes son importantes, yo sigo siendo
argentino, yo todavía viajo con pasaporte argentino. Estoy convencido que como
pueblo son el mayor tesoro que tiene nuestra Patria. Cuando recibo cartas de ustedes,
tantas que no a todas puedo responder, seguramente una que otra para hacerme
presente, me consuelo, me da gozo y eso me lleva a rezar y rezo por ustedes en
la Misa, por las necesidades de ustedes, por cada uno más de ustedes.
Es
el amor a la Patria que me lleva a eso y es lo que me lleva también a pedirles,
una vez más, que se pongan la Patria al hombro, esa Patria que necesita que
cada uno de nosotros le entreguemos lo mejor de nosotros mismos, para mejorar,
crecer, madurar. Y esto nos hará lograr esa cultura del encuentro que supera
todas estas culturas del descarte que hoy en el mundo se ofrecen por todas
partes. Una cultura del encuentro donde cada uno tenga su lugar, que todo el
mundo pueda vivir con dignidad y que se pueda expresar pacíficamente sin ser
insultado o condenado, o agredido, o descartado. Esa cultura del encuentro que
todos tenemos que ir buscando, con la oración y la buena voluntad.
A
mí me llama la atención que a la Argentina se le alaba por su geografía, su
riqueza, Tenemos de todo: montañas, bosques, llanuras, costas, todas las
riquezas en minería. Tenemos todo. ¡Qué país rico! Pero la riqueza más grande
que tiene nuestra Patria es el pueblo, ese pueblo que sabe ser solidario, que
sabe caminar uno junto a otro, que sabe ayudarse, que sabe respetarse, es ese
pueblo argentino que no se marea, que sabe encontrar sabiduría, y cuando se
marea, los otros lo ayudan a que se le vaya el mareo. Yo a ese pueblo argentino
lo respeto, lo quiero, lo llevo en mi corazón, es la riqueza más grande de
nuestra Patria. Y aunque no podamos estrecharnos la mano, cuenten con mi
memoria y mi oración para que el Señor los haga crecer como pueblo. Pueblo que
se reencuentra, trabaja unido y busca la grandeza de la Patria, esa Patria que
es propia, es nuestra, no es de los otros, es nuestra. Gracias por todo lo
bueno que hacen cada día. Que el Señor los bendiga.
Estamos
en el Año de la Misericordia, y como despedida de esta charla, de este monólogo
pero que quiere ser una charla, me atrevo a proponerles, como las maestras de
antes, los deberes para la casa. Les propongo que en este Año de la
Misericordia hagan alguna obra de misericordia todos los días o cada dos días
si no pueden todos los días; y no se enojen si yo se las leo para
recordárselas. Están las obras de misericordia corporales y las espirituales.
En su mayoría, se toman una lista que el Señor hace en las Bienaventuranzas, en
Mateo 25, en todo el Evangelio. Son obras concretas de misericordia que si cada
uno de nosotros hace una al día o una cada dos días, el bien, el bien, que
haremos a nuestro pueblo:
–
Visitar a un enfermo, visitar a los enfermos, es una obra de misericordia;
–
Dar de comer al hambriento. Hay gente que tiene hambre;
–
Dar de beber al sediento, tiene sed material y espiritual, a veces;
–
Dar posada al peregrino, es decir, darle lugar al que no tiene casa, al que no
tiene techo;
–
Vestir al desnudo, es decir, que la gente tenga vestido, que no pase frio en
invierno;
–
Visitar a los presos. Tantas veces la Iglesia insiste sobre esto;
–
Y enterrar a los difuntos.
Estas
serían las siete obras de misericordia corporales, y otras siete espirituales:
–
Enseñar al que no sabe;
–
Dar un buen consejo al que lo necesita;
–
Corregir al que se equivoca;
–
Perdonar al que nos ofende. ¡Qué difícil es perdonar! Todos hoy en el mundo
necesitamos perdonar mucho y ser perdonados;
–
Consolar al que está triste;
–
Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Hay gente que a veces nos hace
perder la paciencia, y sufrir con paciencia sus defectos, es una obra de
misericordia;
-Y
rezar a Dios por los vivos y por los muertos.
No
sé queridos hermanos, queridos compatriotas, me siento hablándoles como en
casa, me acerco a ustedes en esta ocasión, donde todavía se respiran los aires
de los festejos del Bicentenario y donde están estos dos hechos de la
canonización del Cura Brochero y la beatificación de Mama Antula, dos personas,
un hombre y una mujer, que trabajaron por la Patria y por la evangelización.
Así que en medio de todo esto los saludo, les doy mi cariño, y les digo –
parece un poco raro, pero lo estiro el tiempo como el elástico- hasta pronto, y
no se olviden de rezar por mí. Gracias. (RADIO VATICANA).
Papa Francisco
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