El próximo
10 de febrero, miércoles de ceniza, comenzaremos la Cuaresma. Como sabemos, se
trata de un tiempo de gracia, es decir, un tiempo en donde la iniciativa
amorosa de Dios llega hasta nosotros de un modo especialmente rico y que
interpela fuertemente nuestra libertad.
El Papa
Francisco nos invita a vivir con especial intensidad esta Cuaresma dado que
estamos transitando el “Jubileo Extraordinario de la Misericordia” convocado
por él. La misericordia no es sino el amor de Dios que se abre compasivo y
generoso a nuestra fragilidad.
El mensaje
del Santo Padre hace mención de un texto evangélico que ha marcado su
experiencia espiritual. Es el de la vocación del apóstol san Mateo: Mt. 9,
9-13. Un notable comentarista de dicho texto señaló que el Señor Jesús: “lo
miró con misericordia y lo eligió (a san Mateo)”. El santo Padre eligió ese
comentario como su lema episcopal, que lo acompaña también hoy como sucesor de
Pedro.
Providencialmente,
el texto elegido por el Papa y propuesto en su mensaje cuaresmal es el mismo
que luego del discernimiento llevado a cabo en el consejo presbiteral, en el
consejo pastoral arquidiocesano y en el consejo episcopal, hemos elegido para
que anime el itinerario de nuestra Arquidiócesis durante el año 2016.
La escena
evangélica nos muestra a un hombre sentado a la mesa de recaudación de
impuestos, a un publicano. Los que pertenecían a ese grupo de personas tenían
muy mala fama en Israel por su condición de “colaboracionistas” con el poder
imperial que había sometido al pueblo elegido y porque en el desempeño de sus
funciones eran más bien deshonestos y se aprovechaban del pueblo.
Jesús pasa
junto a la mesa del publicano y lo mira. Mirándolo lo llama. Mateo deja lo que
tiene entre manos, se levanta y sigue al Maestro. El llamado del Señor y la
respuesta incondicional constituyen para el publicano un camino de
purificación. Mateo “misericordiado” por el Señor, como le gusta decir al Papa,
se convierte a su vez en instrumento de misericordia: invita a otros publicanos
a comer a su casa junto a Jesús.
El gesto
de compartir la mesa tiene un hondo significado para el Señor y para los
publicanos. Señala que Jesús ha venido para todos, que todos lo necesitan, que
Él no hace discriminaciones de ningún tipo y que compartiendo la mesa con los
pecadores los está llamando e invitando a abrir el corazón para sanarlos. Lo
que importa es el corazón del hombre y su apertura confiada a la misericordia
Dios.
La escena
evangélica nos está señalando un espíritu y un camino para vivir nuestra Cuaresma.
También nosotros tenemos que dejarnos mirar por el Señor que pasa por nuestras
vidas. Tenemos que dejarnos querer. Se trata de una experiencia fundamental y
que no debemos suponer con facilidad. Es preciso abrir el corazón, aceptar el
amor del Señor, “darle permiso” para que nos quiera. Él no desea otra cosa: “Yo
estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su
casa y cenaremos juntos…” (Apoc. 3, 20).
El amor
del Señor está totalmente impregnado de misericordia. Nosotros tenemos que reconocer nuestra
fragilidad y dejarnos perdonar. El perdón del Señor procede de su amor, no es
humillante, denigrante, al contrario es generoso, abundante y sobre todo
dignificador.
Que
hermoso si durante esta Cuaresma nos acercamos con estas disposiciones al sacramento
de la reconciliación, si aprovechamos las celebraciones penitenciales para
confesarnos y reconciliarnos con Dios y con nuestros hermanos.
Pero
también nosotros, como Mateo, tenemos que convertirnos en instrumentos de
misericordia. El Papa Francisco nos invita a conocer y a practicar las obras de
misericordia, corporales y espirituales. El Catecismo de la Iglesia Católica
puede ayudarnos a conocerlas y descubrir su importancia.
Entre las
primeras, las corporales, en esta Cuaresma quizás podemos privilegiar el
compartir un plato de comida con el que carece de ella; el visitar a los
enfermos. También puede ser una oportunidad para ejercitarnos en algo más
exigente: el visitar las cárceles. No es una tarea sencilla, pero tampoco
imposible. Tenemos que animarnos y, en todo caso, y como parte de esa obra de
misericordia podemos tratar de visitar a quienes tienen algún familiar
detenido.
Entre las
obras de misericordia espirituales podemos destacar el rezar por todos, por sus
necesidades; el aconsejar a quien lo necesita; el consolar a quien está
atribulado; el perdonar al que nos ha ofendido. El ofrecer el perdón es una
obra muy exigente, pero verdadera muestra de un corazón reconciliado y que
quiere ser instrumento de misericordia.
Recibamos
agradecidos, queridos hermanos y hermanas, la gracia de la Cuaresma y el regalo
de la misericordia del Señor. Esforcémonos por ser “agentes de misericordia”
para abrirnos a la renovación que el Señor quiere hacer en cada uno de nosotros
y en todo su pueblo. Es una oportunidad para recordar la hermosa promesa que
Dios hace a través del profeta Ezequiel: “Los rociaré con agua pura, y ustedes
quedarán purificados… Les daré un corazón nuevo y podré en ustedes un espíritu
nuevo… Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos… Ustedes
serán mi pueblo y yo seré su Dios” (cf. Ez 36, 24-28).
¡Les deseo
una Cuaresma intensa para que podamos celebrar con un corazón verdaderamente
nuevo la alegría de la Pascua! Me encomiendo a sus oraciones y los tengo
presente en las mías. Reciban mi saludo cordial, en el Señor Jesús y su Madre
Santísima.
+ Carlos
José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba
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