“Los animo a abrir la puerta del corazón para dejar
entrar a Cristo y ser portadores de su misericordia”
El domingo pasado ha sido abierta la Puerta Santa de la
Catedral de Roma, la Basílica de San Juan de Letrán, y se ha abierto una Puerta
de la Misericordia en la Catedral de cada diócesis del mundo, también en los
Santuarios y en las Iglesias que los Obispos han dicho hacerlo. El Jubileo es
en todo el mundo no solamente en Roma.
He deseado que este signo de la Puerta Santa estuviera
presente en cada Iglesia particular, para que el Jubileo de la Misericordia
pueda ser una experiencia compartida por cada persona. El Año Santo, en este
modo, ha comenzado en toda la Iglesia y viene celebrado en cada diócesis como
en Roma, también la primera Puerta Santa ha sido abierta en el corazón de
África y Roma es aquel signo visible de la comunión universal. Que esta comunión
eclesial sea cada vez más intensa, para que la Iglesia sea en el mundo el signo
vivo del amor y de la misericordia del Padre. Que la Iglesia sea signo vivo del
amor y de misericordia.
También la fecha del 8 de diciembre ha querido subrayar
esta exigencia, vinculando, a 50 años de distancia, el inicio del Jubileo con
la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. En efecto, el Concilio ha
contemplado y presentado la Iglesia a la luz del misterio, del misterio de la
comunión. Extendida en todo el mundo y articulada en tantas Iglesias
particulares, es siempre y sólo la única Iglesia que Jesucristo ha querido y
por la cual se ha ofrecido Él mismo. La Iglesia “una” que vive de la comunión
misma de Dios.
Este misterio de comunión, que hace de la Iglesia signo
del amor del Padre, crece y madura en nuestro corazón, cuando el amor, que
reconocemos en la Cruz de Cristo y en cual nos sumergimos, nos hace amar como
nosotros mismos somos amados por Él. Se trata de un Amor sin fin, que tiene el
rostro del perdón y de la misericordia.
Pero el perdón y la misericordia no deben permanecer como
bellas palabras, sino realizarse en la vida cotidiana. Amar y perdonar son el
signo concreto y visible que la fe ha transformado nuestros corazones y nos
permite expresar en nosotros la vida misma de Dios. Amar y perdonar como Dios
ama y perdona. Este es un programa de vida que no puede conocer interrupciones
o excepciones, sino que nos empuja a andar siempre más allá sin cansarnos
nunca, con la certeza de ser sostenidos por la presencia paterna de Dios.
Este gran signo de la vida cristiana se transforma
después en tantos otros signos que son característicos del Jubileo. Pienso en
cuantos atravesarán una de las Puertas Santas, que en este Año son verdaderas
Puertas de la Misericordia, Puertas de la Misericordia. La Puerta indica a
Jesús mismo que ha dicho: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará;
podrá entrar y salir, y encontrará su alimento» (Jn 10,9). Atravesar la Puerta
Santa es el signo de nuestra confianza en el Señor Jesús que no ha venido para
juzgar, sino para salvar (cfr Jn 12,47). Estén atentos eh, que no haya alguno
más despierto, demasiado astuto que les diga que se tiene que pagar, no, la
salvación no se paga, la salvación no se compra, la Puerta es Jesús y Jesús es
gratis. Y la Puerta, Él mismo, hemos escuchado, que habla de aquellos que dejan
entrar no como se debe y simplemente dice que son ladrones, estén atentos, la
salvación es gratis.
Atravesar la Puerta Santa es signo de una verdadera
conversión de nuestro corazón. Cuando atravesamos aquella Puerta es bueno
recordar que debemos tener abierta también la puerta de nuestro corazón. Estoy
delante de la Puerta Santa y pido al Señor ayúdame a abrir la puerta de mi
corazón. No tendría mucha eficacia el Año Santo si la puerta de nuestro corazón
no dejará pasar a Cristo que nos empuja a andar hacia los otros, para llevarlo
a Él y a su amor. Por lo tanto, como la Puerta Santa permanece abierta, porque
es el signo de la acogida que Dios mismo nos reserva, así también nuestra
puerta, aquella del corazón, esté siempre abierta para no excluir a ninguno. Ni
siquiera aquella o aquel que me molestan. Ninguno.
Un signo importante del Jubileo es también la Confesión.
Acercarse al Sacramento con el cual somos reconciliados con Dios equivale a tener
experiencia directa de su misericordia. Es encontrar el Padre que perdona. Dios
perdona todo. Dios nos comprende también en nuestras limitaciones nos comprende
también en nuestras contradicciones. No solo, Él con su amor nos dice que cuando
reconocemos nuestros pecados nos es todavía más cercano y nos anima a mirar
hacia adelante. Dice más, que cuando reconocemos nuestros pecados, pedimos
perdón, hay fiesta en el cielo, Jesús hace fiesta en el cielo y esta es su
misericordia. No se desanimen. Adelante, adelante
Nota para los
lectores:
Quienes deseen poseer la edición impresa de la bula papal “Misericordiae Vultus”
por medio de la cual Francisco convocó al Año Jubilar de la Misericordia,
pueden adquirirla en la secretaría parroquial a un costo mínimo ($ 25).
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