En aquel tiempo, cuando la gente vio que
Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron
a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron:
«Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad
os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque
habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento
perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os
dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado
con su sello».
Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer
para obrar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que
creáis en quien Él ha enviado». Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces
para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron
el maná en el desierto, según está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’».
Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio
el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque
el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le
dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de
la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá
nunca sed». (Jn 6,24-35)
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