Carta de los Obispos de la provincia de Córdoba por la
Beatificación de Brochero:
Ante la gratísima noticia del Santo Padre de haber
decidido la beatificación de José Gabriel del Rosario Brochero, los obispos de
la Región Centro (Arquidiócesis de Córdoba, Diócesis de Cruz del Eje, Villa
María, Río Cuarto, San Francisco y Prelatura de Deán Funes), queremos recordar
y celebrar esta figura sacerdotal que refleja de modo particular el rostro de
Cristo sacerdote, profeta y pastor de su Pueblo.
El Cura Brochero nació el 16 de Marzo de 1840 en un
paraje llamado “Carreta Quemada” en las cercanías de Santa Rosa del Río Primero
(Provincia de Córdoba) siendo bautizado al otro día de su nacimiento en la
Parroquia de Santa Rosa. A los 16 años entró al Seminario Mayor de Córdoba
“Nuestra Señora de Loreto” en donde recibió su formación sacerdotal y en las
aulas de la Universidad de Córdoba cursó sus estudios filosóficos y teológicos.
Fue ordenado presbítero el 4 de noviembre de 1866 por el Obispo José Vicente
Ramírez de Arellano y preside su Primera Misa en la Capilla del Seminario el 10
de diciembre, festividad de Nuestra Señora de Loreto. Fue nombrado Prefecto de
Estudios del Seminario y se inició en la vida pastoral en la Catedral de
Córdoba. En 1869 se recibió de Maestro en Filosofía por la Universidad y en
noviembre de 1869 el Obispo lo destinó a Traslasierra a hacerse cargo del
Curato de San Alberto y más tarde es nombrado Párroco de Villa del Tránsito
(actualmente Villa Cura Brochero) desde donde
desplegó su intenso ministerio
pastoral. Murió leproso y ciego en esa Villa el 26 de enero 1914, a los 74 años
de edad.
Un rasgo típico de su vida sacerdotal fue la presentación
del Evangelio mediante un lenguaje vívido y cercano a la comprensión de la
gente sencilla. Su preocupación estuvo en iluminar la vida de sus fieles a
partir de la Palabra de Dios no de forma general y abstracta sino aplicada a
las circunstancias concretas de la vida. Durante sus cabalgatas y viajes se
entregaba también a la oración silenciosa y continua de donde más tarde
brotaría su predicación. Sus ratos largos orando delante de la Eucaristía como
así también su amor y devoción a la Santísima Virgen María, le dieron esa
profundidad que es propia de la palabra que brota de la contemplación y que
luego se expande en la acción apostólica. Convencido de que los Ejercicios
Espirituales de san Ignacio de Loyola eran un medio excelente para llevar a sus
fieles a Dios, se convirtió en un gran propulsor de los mismos. A tal fin
construyó con sus fieles una Casa de Ejercicios en donde llegaron a darse
tandas hasta de 800 participantes cuyo fruto más notable e importante fue el
cambio de vida de muchísimos hombres y mujeres. Estos "baños del
alma"[1], como denominaba a los Ejercicios Espirituales ignacianos, lo
llevó a predicarlos también en otras partes del país (Santiago del Estero,
Tucumán) y a los presos de la Penitenciaría de Córdoba[2].
En cada una de las etapas de su vida sacerdotal, el Cura
Brochero se interesó también por el desarrollo socioeconómico de sus fieles, la
enseñanza, los caminos, el ferrocarril. Su corazón sacerdotal se volcó siempre en el servicio hacia los más
necesitados. Por esta razón, estuvo dispuesto a golpear todas las puertas y a
buscar a todos aquellos que puedan darle una mano a fin de conseguir los medios
temporales necesarios para que sus feligreses alcanzaran una vida más digna y
cristiana. Sus gestos sacerdotales procedían del amor de Cristo Pastor que
busca al hombre necesitado de paz y de perdón, de justicia, de verdad. Todo
aquel que reclamaba su presencia sacerdotal (particularmente los enfermos y moribundos
cuya atención normalmente requería el recorrido de decenas de kilómetros a
caballo) hallaron en él al ministro de
Dios siempre dispuesto a servirles hasta el fin: “Yo me felicitaría si Dios me
saca de este planeta sentado confesando y predicando el Evangelio"[3].
Brochero conoció también el dolor de las pruebas en su intensa vida apostólica:
críticas e incomprensiones de algunos sacerdotes, religiosas y fieles;
indolencia de algunos gobernantes ante sus pedidos de colaboración (particularmente
su sueño irrealizado del ferrocarril) y finalmente, su lepra.
Mirando su vida hallamos reflejado un ejemplo viviente
para todo sacerdote y un ejemplo concreto y profético de lo que nuestro pueblo
anhela ver realizado en sus pastores. Ya lo señalaba un periodista en un
artículo escrito en un diario cordobés en 1887:
"Es un hombre
de carne y huesos: dice misa, confiesa, ayuda a bien morir, bautiza, consagra
la unión matrimonial, etc. Y sin embargo es una excepción: practica el
Evangelio. ¿Falta un carpintero? Es carpintero. ¿Falta un peón? Es un peón. Se
arremanga la sotana en donde quiera, toma la pala o la azada y abre un camino
público en 15 días, ayudado por sus feligreses. ¿Falta todo? ¡Pues él es todo!
y lo hace todo con la sonrisa en los labios y la satisfacción en el alma, para
mayor gloria de Dios y beneficio de los hombres, y todo sale bien hecho porque
es hecho a conciencia. Y no ha hecho solamente caminos públicos: Ha hecho
también una buena Iglesia. Ha hecho, además, un gran colegio... ¡y todo sin
subsidio de la Provincia, sin erogación por parte de los miembros de la
localidad! ¡Lo ha hecho todo con sus propias garras! ¿Milagro? No. La cosa es
muy sencilla. Es cuestión de honradez y voluntad. En otros términos: es
cuestión de haber tomado el apostolado en serio, como lo ha tomado el cura
Brochero"[4].
Otro rasgo de su estilo sacerdotal fue la clara
conciencia de que Dios es la fuente auténtica de la dignidad humana y por tanto
predicar a Cristo es llevar a todo hombre a una vida más digna y humana. Esta
convicción lo llevaba a que en su acción pastoral siempre estuvieran unidos
vida en Dios y vida humana más plena. En su mente y corazón de pastor,
evangelización y promoción humana formaban un binomio inseparable. A diferencia
de muchos sacerdotes de su época, entendió su misión de manera amplia,
integral, sin limitarse a lo sacramental, llegando a alcanzar horizontes que
aún hoy sorprenden por su audacia, intensidad y amplitud. Su celo evangelizador
lo llevó a mejorar las condiciones de vida de sus feligreses: telégrafos,
correos, escuelas públicas, caminos, tramitación para conseguir el ferrocarril,
promoción del turismo en la zona, proyectos de construcción de un dique,
cultivo de peces para alimento de su gente, educación de la mujer a través de
la fundación del colegio de niñas con la invalorable cooperación de las
Esclavas del Corazón de Jesús.
Su vida, por la gracia del Espíritu, fue progresivamente
convirtiéndose en una huella de Jesús en medio del mundo y como Él “pasó
haciendo el bien y sanando a los que estaban oprimidos por el mal” (Hech. 10,
38). Fue dejando entre la gente esa “fragancia de Cristo” (2 Cor. 2, 15) que
señalaba a todos que Él sigue vivo y operante en la historia a través de la
Iglesia. En definitiva, la mística apostólica que encarnó el Cura Brochero
consistió en el despliegue humano y concreto de la caridad de Dios derramada
por el Espíritu Santo en su corazón sacerdotal.
El Episcopado Argentino en enero de 1964 -en pleno
desarrollo del Concilio Vaticano II- expresó a través del Cardenal Antonio
Caggiano su adhesión a la figura ejemplar de Brochero:
“Como todos los
grandes hombres, Brochero fue un ‘precursor’. Se adelantó a las ideas de su
tiempo y a los métodos pastorales y misioneros de entonces, buscando nuevas
maneras de transmitir íntegramente el mensaje cristiano. De un humilde pueblo
de escasa vida espiritual, hizo una auténtica parroquia cuya irradiación
espiritual todavía hoy continúa en toda la provincia de Córdoba. Se ocupó tanto
del ‘cuerpo de su parroquia’ (cuidados a los necesitados, obras de caridad y
misericordia, mejoras materiales en iglesias, caminos, proyecto de ferrocarril,
etc.) como del ‘alma’ de la misma (enseñando, predicando, orando, convirtiendo
con la palabra y el ejemplo). Amó a su parroquia hasta el fin y dio su vida por
ella. Dios quiso que se inmolara en el más doloroso sacrificio, contrayendo la
más penosa de las enfermedades: la lepra, en el decurso de las tareas
apostólicas. Pero ni esta enfermedad ni la pérdida de la vista que la siguiera,
fueron obstáculo para que el Cura Brochero fuera ‘cura hasta el final’,
edificando su parroquia hasta el último día de su vida, con su oración, su
Misa, su ejemplo, su caridad”[5].
Por todo esto, los Obispos de esta querida Provincia de
Córdoba, no dudamos en afirmar que la Beatificación del Padre José Gabriel
Brochero es una gracia también para toda la Iglesia que está en la Argentina y
para la Iglesia Católica toda. En el misterio de la comunión de los santos,
todos crecemos en la Iglesia cuando alguien como el Cura Brochero, vive en
plenitud el Evangelio de Jesucristo. En esta espiritualidad de comunión la
Iglesia se convierte en testimonio viviente de la Pascua de Cristo.
Quiera Dios concedernos que todos en la Iglesia -y de
manera especial los sacerdotes- recibamos a través de este hecho de gracia que
será la Beatificación de Brochero, una profunda invitación a la santidad a la
que la vida de Brochero ciertamente nos interpela a través del ejemplo de su
vida entregada.
Ponemos estos deseos en las manos de nuestra Madre
Purísima, a la que tanto amó y veneró José Gabriel del Rosario Brochero.
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[1] "El Cura
Brochero", en Liliana de Denaro, La Faceta Periodística del Cura Brochero,
(Centro de Estudios Brocherianos, 2012) p 261.
[2] Cfr. "En la cárcel
Penitenciaria. Ejercicios espirituales", "Ceremonia
interesante", "En la Penitenciaría", en Idem p 219-221
[3] Carta al Secretario del
Obispado Pbro. Eduardo Ferreira (2 Febrero 1907)
[4] ''El Cura de aldea.
José Gabriel Brochero" en Liliana de Denaro, La Faceta Periodística… p
166-167.
[5] Boletín oficial del
Arzobispado de Córdoba, enero-febrero 1964, 134-137
Fuente: Arzobispado de Córdoba
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