Benedicto XVI: en Cuaresma seguir cada día al Señor

Ciudad del Vaticano , 27 Feb. 12 (AICA)

En su alocución previa al rezo del Ángelus, este domingo en la Plaza San Pedro frente a miles de fieles ahí reunidos, el Santo Padre hizo una exhortación a tener “la paciencia y la humildad de seguir cada día al Señor, aprendiendo a construir nuestra vida no fuera de Él o como si no existiera, sino en Él y con Él, porque es la fuente de la verdadera vida”.

El Papa resaltó que el tiempo de Cuaresma es propicio para renovar y fortalecer “nuestra relación con Dios, a través de la oración cotidiana, los gestos de penitencia y las obras de caridad fraterna”.

Benedicto XVI hizo referencia al relato bíblico posterior al bautismo de Jesús en el Jordán, cuando se interna en el desierto durante cuarenta días.

“¿Qué puede enseñarnos este episodio? Como leemos en el Libro de la Imitación de Cristo, ‘el hombre jamás está totalmente exento de la tentación mientras vive, pero con la paciencia y con la verdadera humildad llegaremos a ser fuertes contra todo enemigo’”.

El Papa señaló que a continuación, “Jesús proclama que ‘el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca’, anuncia que en Él sucede algo nuevo, Dios se dirige al hombre de modo inesperado, con una cercanía única, concreta, llena de amor”.

“Dios se encarna y entra en el mundo del hombre para tomar sobre sí el pecado, para vencer el mal y reconducir al hombre al mundo de Dios”, señaló.
    
Para el Santo Padre, “este anuncio está acompañado por la petición de corresponder a un don tan grande. En efecto, Jesús añade ‘Conviértanse y crean en el Evangelio”; es la invitación a tener fe en Dios y a convertir cada día nuestra vida a su voluntad, orientando al bien todos nuestros pensamientos y acciones”.

Benedicto XVI también encomendó el camino cuaresmal a María Santísima, para contar con su protección "y nos ayude a imprimir en nuestro corazón y en nuestra vida las palabras de Jesucristo, para convertirnos a Él”.

Fuente: AICA

Evangelio del Domingo 1° de Cuaresma

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva».
(Mc 1,12-15) 

Información de Catequesis


Informamos que se suspende la inscripción para el  PRIMER CICLO DE LA CATEQUESIS FAMILIAR por la necesidad de organizar el equipo de Catequistas y Animadores.

La inscripción de la catequesis de adolescentes para la Primera Comunión sigue abierta.

Con el Miércoles de Ceniza, comienza la Cuaresma

Hoy, con el miércoles llamado "de Ceniza", es el día en que comienza la Cuaresma, período de 40 días en el cual los cristianos se dedican a la oración, la penitencia y los actos de caridad y misericordia, como preparación para celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En este día se efectúa el rito de la imposición de la ceniza en la cabeza de los fieles, con las palabras: "Recuerda que eres polvo y al polvo volverás". Durante estos días la liturgia adopta el color morado para las celebraciones, símbolo de la austeridad cuaresmal.

Ayuno y abstinencia
    
El miércoles de Ceniza es uno de los dos días del año -el otro es el Viernes Santo- en que los cristianos, de los 18 a los 60 años, hacen ayuno y abstinencia. El ayuno consiste en hacer una sola comida importante en el día, que puede ser el almuerzo o la cena. La abstinencia, desde los 14 años, es la privación de carne y sus derivados en las comidas del día, o de bebidas alcohólicas. Esta abstinencia puede reemplazarse por una obra de caridad, o por una práctica de piedad.

 La Cuaresma
    
Es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para preparar la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirse de los pecados y cambiar para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo, por la tarde/noche, antes de la Misa de la Cena del Señor. 

El color litúrgico es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.

En la Cuaresma, Cristo invita a cambiar de vida. La Iglesia invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. También para vivir una serie de actitudes cristianas que ayudan a parecerse más a Jesucristo.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, se busca desterrar del corazón el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen al amor a Dios y a los hermanos. También se aprende a conocer y apreciar la Cruz de Jesús.

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estadía de los israelitas en Egipto.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de Oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en Occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

Fuente: Aica

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2012

«Fijémonos los unos en los otros
para estímulo de la caridad y las buenas obras» 
(Hb 10, 24)
Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

BENEDICTUS PP. XVI

Mensaje del Arzobispo de Córdoba para la Cuaresma 2012


A todos los fieles de la Iglesia que está en Córdoba
Queridos hermanos y hermanas:

El próximo miércoles, con el gesto austero y sencillo de recibir las cenizas sobre nuestras cabezas, comenzaremos la Cuaresma que nos dispondrá para una digna celebración en la Semana Santa del misterio pascual de Jesús, su muerte y resurrección.

Si bien es cierto que todo momento del año es propicio para acercarnos a Dios y acogernos a su misericordia y a su gracia, la Cuaresma representa una ocasión particularmente favorable para concretar este propósito. La Iglesia nos lo recuerda por medio de la enseñanza del apóstol san Pablo: "Miren éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación" (2 Cor 6, 2).

Durante la Cuaresma estamos invitados a renovar la gracia de nuestro bautismo, a desprendernos de todas aquellas actitudes y fragilidades que se nos han adherido por el camino y que no están en sintonía con el Evangelio de Jesús. Se nos invita también a prepararnos para renovar en la Vigilia Pascual nuestro sí entusiasta a Jesús; un sí deseoso de coherencia y fidelidad. Un sí que sea expresión del compromiso que queremos vivir este año animados por el lema pastoral arquidiocesano y que nos brinda la ocasión para redescubrir "la belleza y la alegría de ser cristianos" de la que nos hablaban los Obispos latinoamericanos y caribeños en la conferencia de Aparecida. (cf. DA 14).

En la liturgia del miércoles de ceniza, la Iglesia vuelve a poner a nuestra consideración el ayuno, la limosna y la oración. Estas obras son, por una parte, expresión de nuestro deseo de acercarnos a Dios, de volver a Él, y, por otra parte, representan un fuerte estímulo para lograr ese cometido. Hemos de tenerlas muy presentes, al mismo tiempo conviene revitalizarlas y recrearlas para que no se vuelvan prácticas rutinarias y vacías.

Así, en medio de la situación que nos toca atravesar marcada por considerables aumentos en el costo de vida y que para muchos implica el desafío de poder llegar al fin del mes cubriendo las necesidades indispensables, el ayuno nos ofrece la oportunidad para ejercitarnos en la sobriedad y la austeridad y sobre todo para afianzar la libertad de nuestro corazón de manera que esté cada vez más disponible en manos de Dios.

Al ayuno deberá acompañarlo, a su vez, la limosna solidaria. En muchos hogares y comunidades en los días de Cuaresma se colocan alcancías en donde cada uno puede depositar los ahorros fruto de su austeridad cuaresmal y con los que se podrá socorrer alguna necesidad de nuestros hermanos menos favorecidos. Esta limosna, que no es una dádiva sino un modo de compartir los bienes a imagen de los primeros cristianos (cf. Hech 4, 34), llevará a plenitud y dará sentido más profundo a nuestro ayuno. El Papa Benedicto, en su mensaje cuaresmal, nos recuerda que: "También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos "guardianes" de nuestros hermanos (cf. Gn 4, 9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien".

Por último, la oración propia de la Cuaresma no debe ser sólo la repetición de fórmulas piadosas, sino el empeño serio por escuchar más asiduamente a Dios en su Palabra y por hablarle con confianza y sinceridad entablando con Él un verdadero diálogo que nos lleve cada vez más a sintonizar con su querer, a poseer cada vez más los criterios del Señor Jesús y los sentimientos de su corazón (cf. 1 Cor 2, 16; Fil 2, 5).

Esforcémonos, por tanto, en vivir con autenticidad estas obras recomendadas por la Iglesia para este tiempo y pongamos toda la tarea cuaresmal en manos de la Santísima Virgen María, para que la presente y recomiende ante Dios nuestro Señor. Que Ella  nos enseñe y ayude a escuchar la Palabra de Dios, a guardarla y meditarla en el corazón y sobre todo a ponerla en práctica no sólo en el tiempo cuaresmal, sino a lo largo de toda nuestra vida.

Les deseo a todos una Cuaresma llena de frutos y que la alegría de la Pascua desborde en sus corazones. Los acompaño con mi oración e imploro sobre cada comunidad y cada uno de ustedes la abundante bendición del Señor.

Mons. Carlos José Ñáñez, 
Arzobispo de Córdoba







Evangelio del Domingo 7° del Tiempo Ordinario

Entró de nuevo Jesús en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?».
Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’. Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice al paralítico—: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».
(Mc 2,1-12)

Espejados en el amor de Dios

La imagen de hoy de una manzana espejándose a sí misma de una manera distinta, nos ayudará a reflexionar sobre nuestra oración.

Cuando vemos la imagen del espejo, decimos “es falsa, no es la misma manzana”. La realidad está del lado de la manzana con las partes comidas y su imagen espejada debiera, para ser verdadera, reflejar lo mismo.

Pero, ¿qué sucede si pensamos que la imagen que refleja el espejo es la que guarda su realidad primera, su primer espejarse, su primera imagen? Diríamos: “es la misma manzana”.

En la oración, nuestra vida se espeja en el amor que Dios es, del cual fuimos hechos imagen y semejanza. Ese que hoy soy con el paso del tiempo, con los deterioros o desgastes propios de la vida, con las partes que entregué, o me quitaron, se espeja en el amor de Dios que refleja su sueño primero, su eterno proyecto de amor para mí. En él, el comienzo y el final se enriquecen mutuamente. La vida que recibí a los comienzos habla de la Promesa de vida que recibiré al final.

Este modo de espejarse no es para deprimirnos o desanimarnos por lo que hoy somos, sino para tomar fuerzas de lo que fuimos y seremos. Dios no nos muestra su amor para decirnos: “Mirá lo que no sos”, sino para encender nuestro deseo: “Mirá que el camino para recibir lo que esperás, es dar lo que, sin esperar, recibiste. No te mires tanto a vos mismo, mirá lo que te llamo a vivir y compartir”.

Algo parecido ocurrirá el día que seamos llamados ante Dios: cuando quedemos ante su amor, se espejará hasta dónde nuestra vida entregó su amor movida por la esperanza del amor que quería compartir para siempre, o hasta dónde se guardó a sí misma sin siquiera darse.

Javier Albisu sj

Programación Pastoral de la Arquidiócesis de Córdoba para 2012.

Lema Pastoral Arquidiocesano 
2010-2012:


Recordamos el objetivo del Movimiento Kerigmático:
“Que todos los hombres y mujeres que conformamos el pueblo de Dios aquí en Córdoba, en familias y comunidades, hagamos la experiencia de encontrarnos con Jesús que nos ama entrañablemente, nos llama a cada uno por nuestro nombre y desde nuestra realidad, para ser discípulos que nutridos con el Pan de su Palabra, se reconocen como hijos, hermanos entre sí; y generemos nuevos espacios para la comunicación y el encuentro con la sociedad y la cultura”.

El trienio 2010-2012 es animado por el siguiente objetivo:
“Que como Pueblo de Dios que peregrina en Córdoba, junto a los hombres y mujeres de buena voluntad, hagamos en Cristo la experiencia de hijos y hermanos, de pasar de habitantes a ciudadanos, llegando a todos a través de la realidad de cada familia, en misión evangelizadora permanente”.

El objetivo de 2012 es:
“Que como Pueblo de Dios que peregrina en Córdoba, junto a los hombres y mujeres de buena voluntad, asumamos el compromiso de construir (la vida es tarea) nuestras familias, nuestra Patria, el Pueblo de Dios”.

En el calendario siguiente figura una síntesis de las principales actividades pastorales programadas para el año 2012 en la Arquidiócesis de Córdoba:


Fuente: Arzobispado de Córdoba

Información sobre Catequesis


CATEQUESIS FAMILIAR

PRIMER AÑO:
La inscripción está abierta para la preparación de chicos y chicas de 4º y 5º grados para la Primera Comunión, con el método de la Catequesis Familiar.

SEGUNDO AÑO:
Primera reunión de los padres del 2º ciclo:
El viernes 9 de marzo a las 21, 30 hs. en el salón parroquial


PREPARACION DE ADOLESCENTES PARA LA PRIMERA COMUNIÓN

La inscripción está abierta:

- Para chicas y chicos que han terminado la escuela primaria
- Reuniones semanales con la Catequista.
- NO es Catequesis Familiar.


INSCRIPCIONES: en la secretaría parroquial, de lunes a viernes: 17 a 20 hs. ó después de las Misas de los domingos.
Informes: Teléfono 03543-420002

Evangelio del Domingo 6° del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso suplicándole, y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.
(Mc 1,40-45)

Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes

Cuatro años después de haberse proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción, se apareció la Santísima Virgen a una niña de catorce años, Bernadette Soubirous, en una gruta cercana a Lourdes. La Virgen era de tal belleza que era imposible describirla, cuenta la Santa (Carta al padre Godrand, año 1861).
Las apariciones se sucedieron durante diecisiete días más. La niña preguntaba su nombre a la Señora, y esta «sonreía dulcemente». Por fin, Nuestra Señora le reveló que era la Inmaculada Concepción.

En Lourdes se han sucedido muchos prodigios sobre los cuerpos y más aún sobre las almas. Incontables han sido las curaciones, y muchos más quienes han vuelto sanos de las diferentes enfermedades que también puede padecer el alma, habiendo recobrado la fe, con una piedad más recia o con una aceptación amorosa de la voluntad divina.

Al meditar en esta fiesta, vemos cómo el Señor ha querido poner en manos de su Madre todas las verdaderas riquezas que los hombres debemos implorar, y nos ha dejado en Ella el consuelo del que andamos tan necesitados. Aquellas dieciocho apariciones a la pequeña Bernadette son una llamada que nos recuerda la Misericordia de Dios, que se ejerce a través de Santa María.

La Virgen se muestra siempre como Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos. Nosotros, al hacer hoy nuestra oración, acudimos a Ella, pues son muchas las necesidades que tenemos a nuestro alrededor. Ella las conoce bien, nos escucha allí donde nos encontramos y quiere que acudamos a su protección.

Y esto nos llena de alegría y de consuelo, especialmente en la fiesta que hoy celebramos. A Nuestra Señora acudimos como hijos que no se quieren alejar de Ella: «Madre, Madre mía...», le decimos en la intimidad de nuestra oración, pidiéndole ayuda en tantas necesidades como nos apremian: en el apostolado, en la propia vida interior, en aquellos que tenemos a nuestro cargo, y de los que nos pedirá cuentas el Señor.

Amada Virgen de Lourdes… ¡Ruega por nosotros!

Oración a la Virgen de Lourdes

Santísima Virgen de Lourdes, Reina de los Cielos, Madre de Nuestro Señor Jesucristo y Señora del mundo, que a ninguno desamparas ni desechas; míranos con ojos de piedad y concédenos de tu Hijo el perdón de todos nuestros pecados, para que con devoto afecto celebremos tu Santa e Inmaculada Concepción en tu milagrosa imagen de Lourdes, y alcancemos después el galardón de la bienaventuranza del mismo de quien eres Madre, Jesucristo Nuestro Señor, que con el Padre y el  Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Preparando la Fiesta de la Virgen de Lourdes

El próximo sábado conmemoramos la Festividad de la Virgen de Lourdes, recordando su aparición a la niña Bernardita Soubirous, el 11 de febrero de 1858 en la gruta Massabille, a orillas del río Gave, en Lourdes, Francia.

Como ya es tradicional desde hace muchos años, se realizará la peregrinación desde nuestra ciudad hasta llegar al Santuario en la vecina ciudad de Alta Gracia, siendo conveniente para ello tener en cuenta los siguientes detalles:

Concentración, lugar y hora: En Plaza de las Américas, el viernes 10 a las 21.30 hs. (altura Av. Vélez Sársfield 1500).
Partida de los peregrinos (a pie): 22:00 por la ruta 5 (ex 36)
Distancia desde Córdoba: 45 km
Duración aproximada del trayecto (a pie): 9 horas
Llegada: (hora aproximada) a las 6 de la mañana del 11 de febrero

Horarios de la Fiesta en el Santuario:

05.00 hs. Rezo del Rosario de la Aurora.
06.00 hs. Eucaristía, misa de los Peregrinos.
09.00 hs. Eucaristía con las Comunidades Parroquiales y Movimientos Apostólicos.
11.00 hs. Eucaristía por las Familias, Presentación y Bendición de los Niños.
18.00 hs. Misa presidida por Mons. Carlos Ñáñez

Procesión con la imagen de Nuestra Señora de Lourdes, desde la Capilla hasta la Gruta.

Lugar: Alta Gracia - Santuario Nuestra Señora de Lourdes - Conocido como Gruta Nuestra Señora de Lourdes.
Organizan: Padres Carmelitas Descalzos O.C.D.

Habitualmente las misas en la Gruta son de lunes a sábado: 9, 11 y 19 horas, domingos y fiestas a las 9, 11 y 19 horas
Confesiones: Se atenderán confesiones durante todo el día.
Informes / Contacto: Santuario Nuestra Señora de Lourdes, La Gruta. Carmelitas Descalzos- Casilla de Correo Nº 7 – Tel. (03547) 422395 - Alta Gracia – Córdoba – Argentina - 

Fuente: Arzobispado de Córdoba

Evangelio del Domingo 5° del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
(Mc 1,29-39)

El tiempo está en tus manos

Cuando nos disponemos a orar, pareciera que mientras abrimos las manos, lo que vemos es el tiempo que llevamos así. Estamos tan acostumbrados a medir los tiempos de cada cosa, en función de lo que queda por hacer, que no salimos de este esquema y la ansiedad termina por no permitirnos orar.
En realidad, de algún modo, el tiempo está en nuestras manos. Si bien es fugaz, y con eso nos apura, no hay nada que nos impida ofrecer el espacio de tiempo que estamos ante Dios. Esto es abrir lo fugaz a lo eterno. Es decirle a Dios: “Este instante es tuyo, para toda la eternidad. No soy, dueño ni señor del tiempo, pero sí de lo que en este ahora quiero dar, ofrecer, poner en tus manos. Y sé que un instante vivido así, apoyado en tus manos, puede modificar y transformar la calidad con que viva el resto del tiempo. Por eso, a ti Señor, que me sostienes en este instante, que me regalas la vida en este ahora, te pido que este instante y este ahora, estén llenos de ti.”

Javier Albisu sj