La imagen de hoy tiene mucho que ver con nuestra oración aunque no lo parezca. Nuestra experiencia más honda es la que atraviesa entre el límite y la plenitud, entre el vacío y lo lleno, entre lo finito y lo infinito. Y dentro de esa experiencia más honda se realiza nuestra oración, nuestro diálogo con Dios.
Vamos a Él, que al dejar su huella en nosotros, nos deja ardiendo en deseos de encontrarlo, y con Él, de hallar la paz de la plenitud alcanzada. Nuestra oración nos dice, que eso que deseamos y parece inalcanzable, es una Palabra con la que se puede “dialogar”, en un lenguaje común y distinto a la vez, porque es Palabra hecha Carne. De ahí que los que hablan, conozcan de lo que hablan.
Y es que del mismo modo que la Palabra amorosa que Dios es, se hizo Carne, también tomó la iniciativa de hacernos participar de su “Diálogo Hacedor”. Dios quiso hacernos interlocutores finitos, limitados pero válidos, de su infinito e ilimitado amor. De ahí que también nosotros conozcamos algo de ese Amor en el que hablamos. Y hablamos con Dios en nuestra oración y en toda nuestra vida (como en un diálogo continuo), de nuestra búsqueda de esa realidad que nos llena y plenifica, que nos hace ir detrás de Él, atravesando por las cosas (en las que muchas veces nos quedamos).
Por eso, San Ignacio, para ayudar al que busca y camina, le hace “sentir y gustar” a Dios, en el mismo deseo de “más”, en el mismo “límite”, pero no ya de lo que bordea lo finito, sino lo infinito; no ya de lo que bordea lo que no alcanza, sino de lo que alcanza a tocar, en el mismo deseo de plenitud, de esa Palabra Amorosa que se le acerca a dialogar, en clave de esperanza prometida y promesa comenzada en esperanza.
Javier Albisu sj
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