El término "exaltación" se define como la acción de elevar a alguien o algo a gran auge o dignidad en realce de sus méritos o circunstancias.
El 14 de Septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Esta fiesta tiene su origen en Jerusalén en los primeros siglos del Cristianismo.
Se comenzó a festejar en el aniversario del día en que, por intervención de Santa Elena, en el año 320, se encontró la Cruz de Nuestro Señor, que estaba perdida. Más tarde Cosroas, rey de Persia se llevó la cruz a su país. Luego el emperador Heraclio la devolvió a Jerusalén.
Refiere la tradición, que el emperador vestido con las insignias de la realeza, quiso llevar en exaltación la Cruz hasta su primitivo emplazamiento en el Calvario, aunque su peso se le fue haciendo cada vez más insoportable.
Zacarías, obispo de Jerusalén, le indicó que para llevar a la Santa Cruz a cuestas, debería despojarse de sus vestidos reales e imitar la pobreza y humildad de Jesús. Así, Heraclio, con pobres vestidos y descalzo, logró llevar la Cruz hasta la cima del Gólgota.
A fin de evitar nuevos saqueos, la Santa Cruz fue partida; una parte se llevó a Roma, otra a Constantinopla, una tercera se quedó en Jerusalény la cuarta se hizo pequeñas astillas para repartirlas por diversas iglesias del mundo entero.
La Santa Cruz es trono para Jesucristo; Rey que venció al pecado y la muerte, no al modo humano, sino al misterioso modo divino.
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
La "cruz" representa el sufrimiento generado por el pecado de la humanidad generado por la desobediencia a la le ley de Dios que es la ley del Amor.
La Cruz es, en otro sentido, el padecimiento que ha de soportar el discípulo que sigue a Jesús y cumple el mensaje del Evangelio. Es la obediencia, la sumisión a lo que nos toque, la renuncia a nuestra voluntad, por la del Padre.
A la vista de Cristo crucificado, el ser humano puede adoptar una consideración distinta sobre la enfermedad, la desgracia y las contrariedades del diario vivir.
Por eso, el creyente ya no ve la cruz como derrota y esclavitud, sino como signo de vida eterna y de esperanza final.
Si toma esa cruz como signo inevitable del que se entrega a hacer un mundo más justo, humano y habitable, es porque desea erradicar el mal y el dolor para inundarlo de paz y misericordia.
Texto de Rocío F.
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