El Pontífice, en la Audiencia General de este miércoles 20, continuó con el ciclo de catequesis sobre la santa misa. A continuación, la catequesis completa del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me gustaría entrar en el corazón de la celebración
eucarística. La misa se compone de dos partes, que son la Liturgia de la Palabra
y la Liturgia Eucarística, tan estrechamente unidas entre sí que constituyen un
solo acto de culto (cf. Sacrosanctum Concilium, 56; Instrucción General del
Misal Romano, 28). Introducida por algunos ritos preparatorios y concluida por
otros, la celebración, por lo tanto, es un cuerpo único y no puede separarse
pero para una mejor comprensión trataré de explicar sus diversos momentos, cada
uno de los cuales es capaz de tocar e involucrar una dimensión de nuestra
humanidad. Es necesario conocer estos signos santos para vivir plenamente la
misa y saborear toda su belleza.
Cuando el pueblo está reunido , la celebración se abre
con los ritos introductorios, que
comprenden la entrada de los celebrantes o del celebrante, el saludo- “El Señor
esté con vosotros”, “La paz sea con vosotros”- , el acto penitencial, “Yo
confieso”, donde pedimos perdón por nuestros pecados, el Señor, ten piedad el
Gloria y la oración de colecta: se llama “oración de colecta” no porque se
efectúe la colecta monetaria: es la colecta de las intenciones de oración de
todos los pueblos; y esa colecta de las intenciones de los pueblos sube al
cielo como oración. Su propósito, el de estos ritos de introducción, es
"hacer que los fieles reunidos en la unidad construyan la comunión y se
dispongan debidamente a escuchar la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la
Eucaristía." (Instrucción general del Misal Romano, 46). No es una buena
costumbre mirar el reloj y decir: “Llego a tiempo, llego después del sermón y
así cumplo el precepto”. La misa empieza con la señal de la cruz, con estos
ritos introductorios, porque allí empezamos a adorar a Dios como comunidad. Y
por eso es importante prever no llegar con retraso, sino con adelanto, para
preparar el corazón a este rito, a esta celebración de la comunidad”.
Habitualmente durante el canto de entrada, el sacerdote
con los otros ministros llega en procesión al presbiterio, y aquí saluda el
altar saluda con una reverencia y, como signo de veneración, lo besa y, cuando
hay incienso, lo inciensa. ¿Por qué? Porque el altar es Cristo: es figura de
Cristo. Cuando miramos al altar, miramos precisamente donde está Cristo. El
altar es Cristo. Estos gestos, que corren el riesgo de pasar desapercibidos,
son muy significativos, porque expresan desde el principio que la Misa es un
encuentro de amor con Cristo, que "con la inmolación de su cuerpo en la
cruz [...] quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar" (Prefacio
de Pascua V). De hecho, como signo de
Cristo, el altar "es el centro de la acción de gracias que se consuma en
la Eucaristía" (Instrucción general del Misal Romano, 296), y toda la
comunidad alrededor del altar, que es Cristo; no para mirarse la cara, sino
para mirar a Cristo, porque Cristo está en el centro de la comunidad, no está lejos
de ella.
Luego está la señal de la cruz. El sacerdote que preside
se persigna y lo mismo hacen todos los miembros de la asamblea, conscientes de
que el acto litúrgico se cumple "en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Y aquí paso a un argumento muy breve. ¿Habéis
visto como los niños se hacen la señal de la cruz? No saben lo que hacen: a
veces hacen un dibujo, que no es la señal de la cruz. Por favor, mamá, papá,
abuelos, enseñad a los niños desde el principio, desde cuando son pequeños, a
hacerse bien la señal de la cruz. Y explicadles que es tener cómo protección la
cruz de Jesús. Y la misa empieza con la señal de la cruz. Toda la oración se
mueve, por así decirlo, en el espacio de la Santísima Trinidad, – “en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo” – que es un espacio de comunión infinita; tiene como origen y
fin el amor de Dios Uno y Trino, manifestado y dado a nosotros en la Cruz de
Cristo. Efectivamente, su misterio pascual es un don de la Trinidad, y la
Eucaristía brota siempre de su corazón traspasado. Persignándonos, por lo
tanto, no sólo recordamos nuestro bautismo, sino que afirmamos que la oración
litúrgica es el encuentro con Dios en Cristo Jesús, que por nosotros se
encarnó, murió en la cruz y resucitó en gloria.
Después, el sacerdote dirige el saludo litúrgico con la
frase: "El Señor esté con vosotros" u otra similar –hay varias–; y la
asamblea responde: «Y con tu espíritu». Estamos dialogando; estamos al comienzo
de la misa y debemos pensar en el significado de todos estos gestos y palabras.
Estamos entrando en una "sinfonía" en la que resuenan varios tonos de
voces, incluyendo tiempos de silencio, con el fin de crear el '' acorde” entre
los participantes, es decir, reconocerse animados por un único Espíritu, y por
un mismo fin. En efecto, "el saludo sacerdotal y la respuesta del pueblo
manifiestan el misterio de la Iglesia reunida" (Instrucción general del
Misal Romano, 50). Se expresa, pues, la fe común y el deseo mutuo de estar con
el Señor y de vivir la unidad con toda la comunidad.
Y esta es una sinfonía de oración que se está creando y
presenta enseguida un momento muy conmovedor, porque aquellos que presiden
invitan a todos a reconocer sus propios pecados. Todos somos pecadores. No sé,
a lo mejor alguno de vosotros no es pecador… Si hay alguno que no es pecador
que levante la mano, por favor, así podemos verlo todos. Pero no hay manos
levantadas; bien: ¡vuestra fe es buena! Todos somos pecadores y por eso al
principio de la misa pedimos perdón. Es
el acto penitencial. No se trata solo de pensar en los pecados cometidos, sino
mucho más: es la invitación a confesarse pecadores ante Dios y ante la
comunidad, ante los hermanos, con humildad y sinceridad, como el publicano en
el templo. Si verdaderamente la Eucaristía hace presente el misterio pascual,
es decir, el paso de Cristo de la muerte a la vida, entonces lo primero que
tenemos que hacer es reconocer cuales son nuestras situaciones de muerte para
poder resucitar con Él a una vida nueva. Esto nos hace comprender cuán
importante es el acto penitencial. Y por eso, retomaremos el tema en la próxima
catequesis.
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