Homilía
de Monseñor Carlos José Ñáñez en la misa concelebrada esta tarde en Barrio
Müller (Parroquia Crucifixión del Señor) con presencia de gran número de
sacerdotes de Córdoba, autoridades y público en general.
Nos
hemos congregado hoy en este lugar para acompañar como presbiterio y como
comunidad arquidiocesana a la Parroquia “Crucifixión del Señor” y a su pastor,
el P. Mariano Oberlin, en un momento muy delicado ya que se han insinuado
amenazas para algunas de sus integrantes, madres de hijos afectados por la
adicción a las drogas. Nos acompañan miembros de otras iglesias cristianas, de
otras tradiciones religiosas y personas solidarias y de buena voluntad. A todos
les agradecemos este valioso gesto.
Queremos
expresar también nuestra cercanía y nuestro acompañamiento a todos los que
sufren el flagelo del tráfico y del consumo de las drogas: a las comunidades de
la ciudad y del interior y a innumerables familias concernidas por este drama.
Hoy estamos aquí por la razón invocada al comienzo, pero podríamos encontrarnos
igualmente en cualquiera de esas comunidades que sufren este problema.
Queremos
formular nuestro apoyo a los que trabajan por prevenir este mal, ayudando
especialmente a los niños, a los adolescentes y jóvenes a no caer en estas
redes malignas y a quienes se esfuerzan por recuperar a los que quieren salir
de estas situaciones sumamente dolorosas de las adicciones.
Queremos,
por fin, expresar nuestro apremiante pedido a las autoridades públicas para que
profundicen las acciones tendientes a combatir eficazmente la expansión de este
vil comercio de parte de los mercaderes de la muerte.
Debemos
destacar, sin embargo, que este drama no es un problema sólo de las autoridades
públicas, de la justicia y de las fuerzas de seguridad. Ciertamente todos ellos
tienen una responsabilidad indelegable y de la que no pueden excusarse ni
apartarse, pero todos en la sociedad
debemos sentirnos concernidos por el problema y debemos procurar hacer cuanto
esté a nuestro alcance para enfrentarlo.
La
Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos presenta, en la primera lectura,
una descripción de la realidad maravillosa con la que Dios ha querido
enriquecernos gracias a la resurrección de Jesús. Todo ello es fruto de la bondad
de Dios y de su infinita misericordia. Esa realidad, nuestra transformación
interior, está ya en acción y aguarda llegar a su plenitud. Eso sostiene
nuestra esperanza. Una esperanza que permite atravesar con valor y sin
desfallecer las innumerables dificultades
y pruebas de la vida.
En
el evangelio contemplamos de algún modo cómo esa realidad se alcanza por la
libre adhesión a la propuesta y a la persona de Jesús. Pero esa libre adhesión
puede verse entorpecida o impedida por el atractivo de las riquezas. Pero el no
aceptar la oferta de Jesús provoca, sin falta, la tristeza. El evangelio nos
dice, en efecto, que el hombre que había interpelado al Señor se entristeció y
se fue apenado “porque poseía muchos bienes”. De todas maneras, el Señor no
deja de proclamar una buena noticia: la gracia de Dios es poderosa y capacita
para superar todo tipo de obstáculos. La experiencia de muchos que se han
recuperado de las adicciones a las drogas puede certificar la veracidad de las
palabras del Señor Jesús.
Volviendo
al problema que nos ocupa, precisamente el de las adicciones, debemos señalar
que el futuro de nuestras familias, de nuestras comunidades y en definitiva de
nuestra Patria está seriamente comprometido. Nuestros niños, adolescentes y
jóvenes afrontan el enorme riesgo de emprender un camino de difícil o casi
imposible retorno. No podemos permanecer indiferentes. No es verdad que no se
puede hacer nada. Al contrario, todos podemos hacer algo.
Ante
todo, no aprobar de ningún modo cualquier tipo de adicción o de propósito de
“hacer la prueba para ver cómo es”. No hay droga “blanda” o “de buena calidad”,
distinta de la droga “mala” o “dura”. La droga “buena” o “mala” destruye y mata
siempre. Así de simple…
También
debemos dar razones para vivir y no son sólo con argumentos, sino sobre todo
con gestos, más aún, con actitudes permanentes: la acogida cariñosa,
especialmente a los niños, adolescentes y jóvenes, la indispensable ternura. No
hay que tener miedo a la ternura, nos dice claramente el Papa Francisco. La
dedicación del tiempo para escuchar y acompañar a los hijos, a los alumnos, a
todos en definitiva. Brindar una educación que comienza por el ejemplo y se
afianza por la coherencia entre lo que se dice y se hace.
También
promover incansablemente la adquisición de hábitos y virtudes. En este sentido
es admirable la obra que realizan distintas instituciones e iniciativas que
buscan recuperar a quien ha caído en las adicciones. Hábitos buenos de
veracidad: decir siempre la verdad, aunque duela; la bondad permanente, la
laboriosidad hasta la fatiga, la solidaridad constante. Aquí es donde
resplandece la propuesta del evangelio de nuestro Señor Jesucristo que
plenifica todas esas actitudes. Esta es nuestra responsabilidad -indelegable-
como comunidad católica. La obra que realizó el cura Brochero en Traslasierra
de llevar a sus paisanos desde el evangelio a una vida más humana y más digna
es emblemática para nosotros. Este es un ámbito de posible colaboración con
nuestros hermanos de otras denominaciones cristianas y de otras tradiciones
religiosas desde sus propias convicciones.
Ofrecer
posibilidades de recreaciones y diversiones sanas es también una contribución
importantísima para prevenir las adicciones. El deporte y otras expresiones
culturales pueden ayudar a fortalecer las voluntades y a ofrecer nuevos
horizontes de vida. Aquí la inventiva de las comunidades y el decidido apoyo
del Estado contribuyen grandemente a la tarea de la prevención.
Señalábamos
“ofrecer horizontes de vida” y de esperanza, lo cual implica brindar
oportunidades de capacitación para trabajos verdaderamente dignos y
adecuadamente remunerados. La iniciativa de diversas organizaciones que
trabajan para recuperar a quienes sufren
adicciones es encomiable, pero siempre se puede hacer más y mejor y el Estado,
las autoridades públicas, no pueden de ninguna manera retirarse o eximirse de
estas responsabilidades. Al contrario, como promotoras y cuidadoras del bien
común tienen que estar en la vanguardia del apoyo a estas iniciativas y de la generación
de otras que están sólo al alcance del Estado y de sus posibilidades.
Todos
estamos invitados, más aún, llamados a brindar nuestra colaboración para
doblegar este flagelo que provoca tantas lágrimas, tantos sufrimientos y tantas
frustraciones; siendo que el plan de Dios es tan distinto…
Por
fin, quisiéramos expresar un apremiante llamado a quienes están o favorecen
este comercio de muerte. El Papa Benedicto XVI destacó en Brasil, al visitar la
Fazenda da esperanca”, que esas personas tienen una gravísima responsabilidad
delante de Dios. Y no hay que olvidar que cada uno debe presentarse ante el
tribunal de Dios a dar cuenta de lo obrado… El Papa Francisco, por su parte, en
la convocatoria al jubileo de la misericordia exhorta vivamente a que los que
están en este negocio, a que se conviertan, a que cambien decididamente de
actitud. Con la gracia de Dios y la ayuda de la comunidad la conversión es
posible. El crucifijo que está sobre el altar es un obsequio que recibí en una
oportunidad de parte un traficante que estaba detenido en la cárcel. Algo
expresaba ese gesto, Seguramente un atisbo de conversión que siempre es
posible. Lo tengo permanentemente en mi escritorio como un recuerdo vivo de
este drama que nos aflige.
Le
pedimos insistentemente a la Santísima Virgen que nos proteja y nos ayude.
Mañana la vamos a invocar en toda la Iglesia con el título de “María
Auxiliadora”. Que Ella nos auxilie, como sólo Ella sabe hacerlo, en esta difícil situación. Que así sea.
+ Carlos
José Ñáñez.
Arzobispo
de Córdoba
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