En aquel tiempo, mucha gente caminaba con Jesús, y
volviéndose les dijo: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su
madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su
propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos
de mí, no puede ser discípulo mío.
»Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una
torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para
acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar,
todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Este comenzó a
edificar y no pudo terminar’. O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro
rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que
viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una
embajada para pedir condiciones de paz.
»Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no
renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».
(Lc 14,25-33)
Comentario
Hoy, Jesús nos indica el lugar que debe ocupar el prójimo
en nuestra jerarquía del amor y nos habla del seguimiento a su persona que debe
caracterizar la vida cristiana, un itinerario que pasa por diversas etapas en
el que acompañamos a Jesucristo con nuestra cruz: «El que no lleve su cruz y
venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,27).
¿Entra Jesús en conflicto con la Ley de Dios, que nos ordena
honrar a nuestros padres y amar al prójimo, cuando dice: «Si alguno viene donde
mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a
sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26)?
Naturalmente que no. Jesucristo dijo que Él no vino a derogar la Ley sino a
llevarla a su plenitud; por eso Él da la interpretación justa. Al exigir un
amor incondicional, propio de Dios, declara que Él es Dios, que debemos amarle
sobre todas las cosas y que todo debemos ordenarlo en su amor. En el amor a
Dios, que nos lleva a entregarnos confiadamente a Jesucristo, amaremos al
prójimo con un amor sincero y justo. Dice san Agustín: «He aquí que te arrastra
el afán por la verdad de Dios y de percibir su voluntad en las santas
Escrituras».
La vida cristiana es un viaje continuo con Jesús. Hoy
día, muchos se apuntan, teóricamente, a ser cristianos, pero de hecho no viajan
con Jesús: se quedan en el punto de partida y no empiezan el camino, o
abandonan pronto, o hacen otro viaje con otros compañeros. El equipaje para
andar en esta vida con Jesús es la cruz, cada cual con la suya; pero, junto con
la cuota de dolor que nos toca a los seguidores de Cristo, se incluye también
el consuelo con el que Dios conforta a sus testigos en cualquier clase de
prueba. Dios es nuestra esperanza y en Él está la fuente de vida.
Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del
Vallès, Barcelona, España)
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