El 15 de agosto celebramos la Solemnidad de la Asunción
de la Bienaventurada Virgen María al Cielo.
"Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de
toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue
asunta en cuerpo y alma a la gloria del Cielo y enaltecida por Dios como Reina
del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los
señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. Pío XII, Const.
apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903).
"La Asunción de la Santísima Virgen constituye una
participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la
resurrección de los demás cristianos" (Catecismo de la Iglesia Católica, 966)
El 15 de agosto de 2010 el Santo Padre Benedicto XVI
celebró la Santa Misa en Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen
María, en la iglesia parroquial de Santo Tomás de Villanueva en Castel
Gandolfo, donde transcurre este período de verano.
En su homilía, dirigiéndose a los fieles que abarrotaban
la iglesia parroquial de Santo Tomás de Villanueva en Castel Gandolfo, el Santo
Padre dijo:
Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más importantes
del año litúrgico dedicadas a María Santísima: la Asunción. Al término de su
vida terrena, María fue llevada con alma y cuerpo al Cielo, es decir a la
gloria de la vida eterna, en la plena y perfecta comunión con Dios.
San Pablo nos dice que todos somos “incorporados” en
Adán, el primero y viejo hombre, todos tenemos la misma herencia humana a la
que pertenece: el sufrimiento, la muerte, el pecado. Pero añade a esto que
todos nosotros podemos ver y vivir cada día algo nuevo: que no sólo estamos en
esta herencia del único ser humano, que comenzó con Adán, sino que somos
“incorporados” también en el hombre nuevo, en Cristo resucitado, y así la vida
de la Resurrección ya está presente en nosotros. Por lo tanto, esta primera
“incorporación” biológica es incorporación en la muerte, que genera la muerte.
La segunda, nueva, que se nos dado en el bautismo, es “incorporación” que da la
vida.
Entonces –prosiguió diciendo el Santo Padre– podemos
preguntarnos: ¿cuáles son las raíces de esta victoria sobre la muerte
prodigiosamente anticipada en María? Y afirmó: las raíces están en la fe de la
Virgen de Nazaret, como lo testimonia el pasaje del Evangelio que hemos
escuchado de san Lucas: una fe que es obediencia a la Palabra de Dios y
abandono total a la iniciativa y a la acción divina, según cuanto le anuncia el
Arcángel. Por tanto, dijo el Papa, “la fe es la grandeza de María, como lo
proclama gozosamente Isabel: María es “bendita entre las mujeres” y “bendito es
el fruto de su seno”, porque es “la madre del Señor”, porque cree y vive de
modo único la “primera” de las bienaventuranzas, la bienaventuranza de la
fe".
Benedicto XVI, llamando “queridos amigos” a los numerosos
fieles que participaron esta mañana en la Santa Misa de la Asunción de María,
afirmó que “hoy no nos limitamos a admirar a María en su destino glorioso, como
a una persona muy lejana a nosotros”. “¡No! –prosiguió– Estamos llamados al
mismo tiempo a ver cuanto el Señor, en su Amor, ha querido también para
nosotros, para nuestro destino final: vivir a través de la fe en la comunión
perfecta de amor con Él y así vivir verdaderamente para siempre”.
“Es el Amor de Dios el que vence la muerte y nos da la
eternidad, y a este Amor lo llamamos Cielo: Dios es tan grande que tiene un
lugar también para nosotros", afirmó el Papa.
Oremos al Señor a fin de que nos haga comprender cuán
preciosa es toda nuestra vida ante sus ojos; refuerce nuestra fe en la vida
eterna; nos haga hombres de esperanza, que trabajan para construir un mundo
abierto a Dios, hombres llenos de alegría, que saben vislumbrar la belleza del
mundo futuro en medio de los afanes de la vida cotidiana y que en esta certeza
viven.
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